En la incertidumbre de la época, cualquier certeza, aunque sea aparente o esté apolillada por largos años en el arcón del desván, vale como paliativo del presente o como arma contra el amenazador futuro. Una de esas certidumbres del pasado, quizá la más conspicua, es don Felipe González. El personaje, cuya importancia histórica es indudable, si bien a falta de un escrutinio más fino, está conociendo una suerte de revival al que él mismo se presta encantado. Diríase que el título de abuelo de la nación le complace. No tanto su figura cuanto su larga sombra está siendo rescatada por opinantes varios con el objetivo de que sirva de munición contra don Sánchez y su gobierno. El renacimiento del líder inmarcesible ya cuenta con bibliografía hagiográfica de publicación reciente: Un tal González, de Sergio del Molino o Por el cambio, de Ignacio Varela, para citar solo dos títulos. Pero, ¿son tan diferentes don Felipe y don Pedro? A simple vista, ambos son dos tácticos de vista larga y olfato fino, adaptados al terreno y en busca de una centralidad política que garantice la estabilidad del país y su permanencia al frente.
La diferencia entre los dos se puede resumir en una palabra: Internet, o para decirlo con la elegancia del historiador Ian Kershaw: la historia reciente de Europa ha sido en muchos sentidos un viaje en una montaña rusa, con subidas y bajadas y una velocidad en aumento desde los años setenta, una brusca aceleración en los noventa y una carrera casi fuera de control en el nuevo siglo. Siguiendo esta línea de puntos, don Felipe llegó al mando cuando la historia de Europa estaba al ralentí y don Pedro, cuando ya estaba, y aún está, fuera de control. Don Felipe y el país que gobernó tuvieron tiempo y oportunidad para pensar en la construcción del futuro y creer en ella; don Pedro y la alborotada sociedad que gobierna solo pueden pensar en sobrevivir al presente. ¿Qué clase de racionalidad puede aplicarse a una situación en la que el terraplanismo se presenta como una opinión respetable?
Cuando don Felipe llegó al mando, la comunicación telefónica se realizaba mediante el empuje del dedo índice sobre un disco que activaba una rueda dentada, que activaba una corriente eléctrica soportada en una maraña de hilos, que, con suerte, conducían el mensaje hasta el interlocutor remoto. En el turno de don Pedro, tres décadas después, Ainhoa, de seis años, se dirige a Siri, la esclava (o esclavo, porque es de género no binario) alojada/o en el iphone android de su madre y le ordena, Siri, tírate un pedo, a lo que el artilugio responde, no puedo hacerlo pero ya me gustaría. Estamos a un tris de conseguir que los robots se tiren pedos, así que las comparaciones entre don Felipe y don Pedro y sus respectivas circunstancias son muy arriesgadas y deben tener en cuenta la aceleración cuántica del tiempo.