Mario Conde, Macarena Olona, Edmundo Bal, los tres tienen en común su pertenencia a la abogacía del estado, el más alto grado del funcionariado público, defensores de los intereses de la nación y hacedores de leyes, un universo de espesas alfombras y gruesos cortinones, restringido, privilegiado y sigiloso, que el común imagina envuelto en una atmósfera de probidad, sensatez y equilibrio. Sin embargo, los tres mencionados se nos ofrecen investidos de extravagancia, ambición y soberbía, poseídos por lo que los griegos clásicos llamaban con espanto hybris. El primero de los mencionados es un delincuente financiero convicto y los otros dos un par de rompepelotas en las organizaciones a las que se sumaron para satisfacer sus afanes. De añadidura, el primero y la segunda han protagonizado una relación fugaz e inexplicada pero cargada de sombríos presagios para quien tenga un poco de memoria y no sea un simple.
Abogado del estado debe ser la mayor meta a la que puede aspirar un o una joven con dotes para el derecho y debería servir por sí sola para satisfacer la mayor ambición profesional imaginable. Cualquier buen estudiante de clase baja creería que ha llegado a la cima del Everest descalzo si consiguiera una plaza. Pero he aquí que ciertos sujetos de clase alta obtienen el puesto para zascandilear por los pasillos donde está el verdadero poder: la política y/o el dinero.
El hecho de que la plaza funcionarial les esté esperando hagan lo que hagan en sus aventuras exteriores, lejos de ser un motivo de vergüenza porque juegan con ventaja, es ocasión de alarde para demostrar lo desinteresado de sus ambiciones. Lo dijo hace un par de días don Bal cuando anunció su voluntad de hacerse con el mando de lo que queda de los ciudadanos naranjas. Él no necesita de la política porque puede volver a su plaza o ingresar en un bufete, es decir, lo que hace lo hace por el país y por el proyecto, como se dice ahora cuando la materia no da para más detalles.
La inanidad del discurso público de don Bal es siempre intrigante. ¿No tendrá entre sus apuntes de oposición algún argumento para vestir sus habitualmente perentorias opiniones sobre cualquier cosa, que siempre parecen un eco de lo que dicen los voxianos? ¿Cuál es el proyecto de don Bal? He aquí un misterio.
La marca ciudadanos es toda ella un misterio en descomposición. Es fácil imaginar que un cierto número de cargos públicos y aspirantes a ocuparlos ha instado a don Bal para que se ponga al frente del partido por la filantrópica razón de que bajo la batuta de doña Arrimadas van a perder la poltrona o el taburete, que no todo es botín de relumbrón en este partido. Sin duda, tras esta decisión hay cálculos numéricos bien hechos para emprender unas primarias pero el espectador se pregunta si en ciudadanos hay todavía censo suficiente para que las elecciones no sean una partida del siete y medio. ¿O es más bien que a estas alturas doña Arrimadas ya ha sido defenestrada de facto? La pregunta tampoco es tan interesante.