El conflicto es atención; la atención es influencia; la influencia son seguidores, y los seguidores son la victoria.
La máxima que encabeza estas líneas es una consigna que los activistas de las redes sociales siguen a rajatabla en la conversación digital para promocionar sus posiciones, y que doña Ayuso ha hecho suya en el debate político. No hay día en que la presidenta de la comunidad de Madrid no encuentre ocasión para ver sus ocurrencias estampadas en titulares. Desde don Aznar la derecha no había producido un líder tan divisivo para la sociedad y tan carismático para los suyos. Lo que distingue a doña Ayuso de su ancestro es la presentación. Don Aznar es un señoro de bigote (alterno) y pocas bromas; doña Ayuso pertenece a este siglo incipiente y su apariencia en el escenario es la de un payaso de rasgos extravagantes y amenazadores como el muñeco Chucky o, en el mundo real, Trump, de tal modo que sus comparecencias resultan pasto de memes, tuits, viñetas gráficas y, lo que es peor, anticuados sermoncillos como el que lees ahora mismo, estimado lector.
La disruptiva comicidad del personaje llevó a desestimar su peligrosidad. Ahora, sus detractores tienen que sacudirse la carga de erróneo escepticismo y buscar, no solo argumentos sino también un estilo que sea eficaz para hacerle frente. Por ahora no han encontrado ni lo uno ni lo otro. Doña Mónica García, la tenaz líderesa de la oposición madrileña no consigue abrirse paso en la cancha montada por la jefa del gobierno regional a pesar de que tiene de su parte la gravedad de los hechos probados. Pero, ¿qué importan los hechos en un mundo virtual? Los activistas de las redes, que llevaron a Trump a la presidencia, descubrieron que cualquier intento de argumentación razonada en lo que llaman el consenso progre era una pérdida de tiempo y de lo que se trata es de romper a martillazos las convenciones del discurso liberal debajo del cual no está el vacío sino un asombroso filón de votos. Se trata de hablar en público como piensas en privado, y llevar al parlamento y a la ejecutoria del gobierno todo el malestar difuso en una época de incertidumbre y cambio, no para darle solución sino precisamente para excitarlo. ¿Quién no se siente amenazado por la inmigración, las feministas, la intervención del gobierno en los precios o la huelga de los sanitarios? Doña Ayuso advierte que todos estos perturbadores hechos están promovidos por una conspiración ya sabemos de quién, y lo dice. La presidenta finge que detrás de esta agitación hay una guerra civil en ciernes, y lo arroja a la cara de la audiencia. Y sale a la palestra como el campeón de boxeo que ha de retener el título ante los insidiosos aspirantes.
El último combate se libró el pasado martes en la Universidad Complutense, en la que las autoridades académicas decidieron nombrar a la presidenta alumna ilustre. Este reparto de títulos a voleo es una actividad inane, destinada menos a reconocer méritos del galardonado que al autobombo de la institución que los concede, excepto si doña Ayuso es la bendecida. El campus hirvió para recibirla. La izquierda estudiantil y académica estaba en pie de guerra. Manifestaciones, polis antidisturbios y mucha publicidad gratuita del acto. Al final, la huella que el acontecimiento ha dejado en la nube fue un certamen de oratoria entre la presidenta madrileña y doña Elisa María Lozano, alumna egresada con las mejores notas de su promoción. Vale la pena cotejar los dos discursos.
El de la alumna fue vehemente, atropellado, agónico, zurcido con proclamas de amor filial y camaradería estudiantil, los sentimientos a flor de piel y consignas destempladas como armas de asalto. A su turno, el discurso de doña Ayuso, que le daba la réplica, fue calmo, azucarado, banal, autocomplaciente, inspirado en sus reelaboradas memorias estudiantiles, entre las que deslizó algunas trolas, y con el que se mantuvo ante el micrófono el triple de tiempo que su joven oponente. El coro remoto a su intervención lo formaban el alboroto izquierdista en el exterior del edificio y el rotor del helicóptero de la policía, que la oradora mencionó arteramente para señalar la presunta violencia de quienes protestaban. Es difícil decir quién ganó éste episodio de guerra cultural. Este espectador diría que, una vez más, doña Ayuso se ha llevado el laurel y la izquierda, y la universidad por extensión, han perdido una ocasión de oro para establecer la verdad sobre esta pamema.
Nada de ‘anticuado sermoncillo’: es un análisis lúcido de lo ocurrido y un acertado diagnóstico de lo que se nos viene. Quizá les quede poco tiempo de vida útil, pero las herramientas de la razón siguen siendo necesarias para interpretar estos raros fenómenos de las llamadas ‘batallas culturales’ y retratar a sus asombrosos protagonistas.
Hola, gracias por el comentario, pero a menudo no puedo evitar pensar que una nota de más de doce palabras y un par de emoticonos es una pérdida de tiempo. Un saludo.