El ilustre escritor don Juan Goytisolo (1931-2017), donde quiera que esté ahora, no habrá podido reprimir una lagrimita de agradecimiento histórico por su Conde Don Julián, no solo reivindicado sino reencarnado en un tipo llamado don José del Valle, antiguo ejecutivo de telefónica, que ha guiado los pasos de la invasión musulmana que a la chita callando se ha hecho con una buena tajada de la compañía española de telecomunicaciones.
Pongamos un poco de contexto, como reclaman los redactores-jefe a sus becarios y becarias. Aquel Don Julían, gobernador entonces de la ciudad de Ceuta es el tipo a cuya ejecutoria la leyenda atribuye la invasión musulmana de la Península Ibérica y el final del reinado de los visigodos en el año 711. No se sabe si Don Julián era cristiano o bereber, ni si el gobierno de Ceuta que ostentaba era por cuenta de los reyes visigodos peninsulares o del emperador de Bizancio. Lo único que se sabe con certeza es que tenía vista para las oportunidades de negocio, como su actual reencarnación don José del Valle al que se le puede identificar en la orla de listillos saudíes que están invadiendo España a través del parqué de la bolsa porque es el único que no cubre su cabeza con la kufiya rojiblanca.
Aquel Don Julián de leyenda fue adoptado por don Juan Goytisolo para el título de una de las novelas de la famosa trilogía escrita entre 1966 y 1975 en la que el autor sentó su visión de la España cerrada y cerril en la que le había tocado vivir y de la que renegaba con argumentos que incluían la acción del conde felón como un benefactor histórico que abrió paso a la cultura universal, entonces con un fuerte cariz islámico. Don Goytisolo fue consecuente con sus propias opiniones y, en la tesitura de elegir lealtad, prefirió la monarquía alaoui a la monarquía borbónica, fijó su residencia en Marrakech (un respeto a las víctimas del terremoto de estos días) y en esta ciudad murió. Ahora asistimos a la segunda invasión musulmana de la península, esta vez por arriba, y, caramba, no está don Goytisolo para glosarla. ¿Tenemos que deplorarla como una señal de decadencia o recibirla como el inicio de una época de esplendor en la que la futura mezquita de Córdoba será un megarrascacielos de ultimísima generación en el Paseo de la Castellana?
Empezamos a entender que la ética protestante y su derivada, la cultura del meritoriaje, que han sido el motor del capitalismo, según dejó sentado Max Weber, están de capa caída. Uno de los últimos efectos del ascetismo luterano fue ajustarnos las tuercas a los manirrotos países meridionales de la unioneuropea, católicos y bizantinos, en la última crisis económica de 2010. En España se nos obligó a modificar el artículo 135 de nuestra bienamada constitución para rebajarnos de pomposos ciudadanos soberanos a miserables deudores de los mercados. Pero olvídense de todo eso; ahora estamos en otra pantalla, como se dice.
Los beduinos, encaramados a la giba de su camello sobre un mar de arena y bajo un sol indesmayable, están particularmente bien situados para entender la síntesis de las necesidades humanas: energía y entretenimiento. La primera, para mover un mundo mineral y la segunda, para distraernos de un mundo vacío. El petróleo les ha dado pasta suficiente para invertir en ambos campos y telefónica reúne los dos: energía para las comunicaciones y entretenimiento en las plataformas digitales y demás zarandajas alojadas en los dispositivos móviles donde los posmodernos llevamos el alma. En el mismo sentido, participan en compañías energéticas y compran clubes de fútbol, campeonatos internacionales y futbolistas de relumbrón como botín para países donde solo hacen deporte los dromedarios y los halcones. Todo es, o será suyo, incluido el piquito robado de don Rubiales y la constelación televisiva que lo ha convertido en un acontecimiento planetario. Ya tienen un plan para conseguirlo con el nombre en clave de Saturno, deidad inquietante donde las haya en la mitología occidental. Y todo lo conseguirán sin despojarse del mantel en la cabeza y sin librar a sus mujeres del saco en el que van envueltas cuando pasean por la calle.
La toma de participación mayoritaria en telefónica se ha realizado con discreción y cautela, como lo haría un cazador al acecho, para no alertar a los competidores y evitar dos riesgos, que las acciones subieran por efecto del apetito saudí y que la opinión pública se enterara con la consiguiente algarabía política. Todo indica que lo han conseguido y que la clase política, gobierno incluido, no sabía una palabra de la operación hasta que ha salido en los papeles. Don Feijóo estaba en la higuera, como siempre, y los voxianos en Covadonga preparando la siguiente reconquista, que han personalizado en los adolescentes llegados de mala manera desde el otro lado del estrecho con una mano adelante y otra atrás.
En el gobierno, la noticia ha dado lugar a la primera o segunda disensión entre los socios, que precederá a un inacabable rosario de disonancias durante la legislatura que ahora empieza. Para los sumaritas, debe detenerse la operación porque afecta a una empresa estratégica (ah, las palabras); la parte socialista mayoritaria, a su turno, parece encantada con la invasión saudí porque eso significa que España es un país serio, doña Calviño dixit. Tan serio, diríamos, como el reino visigodo de don Roderico o Rodrigo, recorrido por disensiones que resolvían a puñalada limpia (morbus gothorum) y que una mansa invasión procedente del otro lado del Mediterráneo liquidó en un plisplás en la batalla de Guadalete (valle del olvido o del letargo, en árabe hispánico).