El viejo cumple años, uno menos que la guerra de Palestina, si tomamos como inicio de esta la fundación del estado de Israel en 1948, el año de la nakba, del desastre, cuando setecientos cincuenta mil palestinos fueron expulsados de sus casas y aldeas para que las ocuparan los colonos israelíes; años después, en 1967, otros cien mil palestinos siguieron la misma suerte, y después de esa fecha, un año tras otro, una interminable ampliación de los asentamientos para colonos llegados de todas las partes del mundo, y el consiguiente acoso y cerco de los nativos palestinos que, en el paisaje mental de los conquistadores, son solo una molestia, como las moscas. El viejo se pregunta cómo será ser viejo en Gaza o Cisjordania: haber nacido al mismo tiempo que decretan tu aniquilación y haber sobrevivido a innumerables traslados forzosos, controles en carreteras y caminos, restricciones civiles y ataques militares. Ahora mismo, los estrategas israelíes contemplan, entre sus borrosos planes de futuro, la posibilidad de reducir a la mitad el espacio habitable de Gaza.
Las nietas llegan a casa para felicitar al viejo; la más pequeña, de ocho años, no soporta los ruidos fuertes y extemporáneos, ni los cohetes de fiesta ni las inclementes campanadas de la iglesia de San Miguel, que baten ahora mismo los cristales de las ventanas desde el otro lado de la calle. El viejo lo recuerda al abrazarla porque unas horas antes ha leído el testimonio de una madre gazatí que tiene que tapar los oídos de su hija a la que aterrorizan las explosiones, y por un instante el viejo ve las caras sonrientes de las niñas en el infierno, preguntando a sus mayores qué está pasando y por qué.
Después del festejo familiar, el viejo pasa el resto del día de aniversario leyendo el relato de Adanía Shibli, Un detalle menor. Esta escritora palestina iba a recibir el pasado día 20 el premio Liberaturpreis, que otorga la feria del libro de Francfurt, pero la entrega fue cancelada porque, según el comunicado de los responsables de la feria, condenamos enérgicamente el terrorismo terrible de Hamás contra Israel. El terror contra Israel contradice todos los valores de la Feria del Libro de Frankfurt. Adanía Shibli no es terrorista, que se sepa, pero es palestina y se ha quedado sin premio como la niña gazatí a la que aterrorizan las explosiones se ha quedado sin hogar y quién sabe si a estas alturas también sin vida. Europa, y especialmente Alemania, han conseguido que el sentimiento de culpa por el Holocausto se convierta en un anestésico que nos tiene embotada la sensibilidad y paralizada la voluntad. La cancelación del premio a Shibli es una depurada expresión de esta línea de conducta porque lo que se lee en Un detalle menor es una enmienda a la totalidad de la autocomplaciente versión histórica que hemos adoptado los europeos para enjuiciar lo que ocurre en lo que piadosa y tontamente llamamos tierra santa.
El relato tiene dos partes que despliegan un ciclo temporal en el que el lector se asoma a la obra civilizadora de Israel desde el punto de vista de los palestinos. En la primera parte, se recrea un hecho histórico: la violación y el asesinato de una adolescente beduina a manos de una patrulla israelí en el desierto del Neguev en 1949. La patrulla militar vigila un tramo de una frontera inexistente, para evitar el paso de infiltrados, en un paisaje vacío donde solo hay dunas, sol y viento; las rondas son rutinarias y estériles, y el tedio de la tropa solo se ve agitado por las belicosas arengas del oficial sobre el patriotismo, la redención de esa tierra que es un yermo por causa de sus indolentes y primitivos habitantes y la necesidad de matar a quien tiene intención de matarte. En una de las vigilancias, alertan a los soldados los rebuznos de unos camellos tras los arbustos de un pequeño wadi; se despliegan, disparan, matan a los camellos y encuentran a una joven acurrucada en el suelo, la llevan al campamento y la misma rutina cuartelera en un lugar desierto e impune lleva a que una muchacha inexistente en términos civiles sea objeto de una violación grupal y luego asesinada.
La segunda parte cuenta la indagación sobre el terreno que hace la narradora de aquel episodio ocurrido el día de su nacimiento, veinticinco años atrás, y revelado en un reportaje de investigación del diario israelí Haaretz. Este viaje es para la narradora una suerte de retorno a los orígenes, impelida a entender algunas claves del suceso que el reportaje periodístico, que ha recreado literariamente en la primera parte, no le ofrece. A estas alturas de la historia, el país está completamente colonizado y para los palestinos es un laberinto de muros, controles de carretera, torres de vigilancia, lugares prohibidos y zonas acotadas, que la narradora sortea como el instinto le da a entender, presa de un sostenido sentimiento de miedo ante cada dificultad del viaje, que seguramente la pastora beduina no sintió hasta los últimos momentos de su vida. Al llegar a lo que cree su destino, el lugar donde fue asesinada la muchacha beduina, encuentra una patrulla militar.
Esta es la trama de la novela corta que la Feria de Frankfurt ha cancelado, para su eterna vergüenza. Alta literatura, capaz de extraer poderosas metáforas de acontecimientos ordinarios, trazada con una prosa directa e hipnótica, ajustada a las circunstancias de la historia, que retiene la atención del lector y a través de la cual le lleva a asomarse a un mundo de pesadilla. En la literatura de Adanía Shibli resuenan los maestros del siglo XX, a veces Dino Buzatti, pero singularmente el judío Franz Kafka, y no hay duda de que si la autora perteneciera a otra comunidad nacional gozaría de un alto aprecio que le está vedado por ser palestina.