Y luego dirán que los vecinos de esta remota provincia subpirenaica somos gente de existencia apocada y gris, que solo encuentra alivio a sus tristes vidas quemando adrenalina delante de los toros siete días al año. Pues bien, he aquí una familia indígena procedente de la aplanada clase media local que desmiente el tópico. Los sucesivos vástagos masculinos del linaje están dotados de una irreprimible voluntad de notoriedad que parece el signo de la estirpe. Pero en su ejecutoria hay un sesgo aciago, disruptivo, que les lleva a cobrar fama por la razón equivocada y da material para una novela no exenta de comicidad aunque ellos se tratan a sí mismos y a sus industrias y andanzas con gran seriedad. Todos se llaman Jaime.
Jaime Primero, el abuelo, fue un caudillo carlista que se sublevó contra la segunda república y del que no se dejó de hablar en la provincia durante los cuarenta años siguientes; Jaime Segundo, el hijo, eclosionó en la transición con la firme voluntad de ser uno de los pilares de la democracia y anduvo tropezando en casos de corrupción hasta el final de su dilatada carrera política, y Jaime Tercero, el nieto, ya en la era post moderna, ambicionó y consiguió emparentar, por derecho o de hecho, con el rey don Felipe, cuya vida dios guarde muchos años. Ofrecemos un bosquejo de la saga por si hay por ahí un letraherido que quiere intentar una secuela de Cien años de soledad.
El abuelo Jaime fue probablemente el golpista más famoso, después del general Mola, en una provincia donde los golpistas fueron legión y esta fama la llevó como una estela durante décadas, cuando ya solo era el bibliotecario mayor del reino y cronista de las hazañas de los suyos, y en cada ocasión que su nombre volvía a la palestra de la opinión pública, y eran muchas, los vástagos de la familia salían en defensa del mancillado honor del linaje, lo que garantizaba al apellido una pugnaz publicidad. El segundo Jaime nació con un sueño ínsito en el adeene: ser presidente del gobierno regional y foral. Lo consiguió al primer envite, apenas se movieron las fichas del tablero en los albores de la transición; pero de inmediato sus correligionarios, que no soportaban la egolatría que le envolvía como un aura, le apartaron de la poltrona presidencial al descubrir una corruptela que pasó a la historia como el caso fasa, cuyo baldón acompañó a la fama de Jaime hijo durante años. No se arredró por eso: los caballeros de esta estirpe son sobre todo tenaces y ya que nadie parecía quererle en su provincia natal aspiró a ministro, con tan mala suerte que su nombre apareció como beneficiario en la contabilidad manuscrita de don Bárcenas y Jaime dio una explicación a la velocidad del rayo señalando al jefe supremo don Aznar como inspirador de la corruptela y confirmando así la veracidad de los apuntes del tesorero del pepé, lo que canceló, como se dice ahora, la carrera política de nuestro arriscado Jaime segundo.
Muchos, muchos años después, cuando los más viejos del lugar confiábamos en que no volveríamos a oír de los Jaimes y los más jóvenes los desconocían por completo ¡zas! aparece el nieto Jaime nada menos que en la familia real por casamiento con la hermana de la reina doña Letizia. Jaime tercero, cuñado de Felipe sexto. Pero, ay, el mundo ha perdido la solidez que tuvo cuando brillaban su padre y su abuelo y en la nueva realidad líquida cualquier estatus puede desvanecerse y así ocurrió con el nieto Jaime cuando se divorció de su esposa. Pero si creen que un Jaime va a desaparecer del candelero por la mera evidencia de los hechos están muy equivocados. El nieto Jaime ha vuelto a la actualidad, dispuesto, como sus ancestros, a no rendir el castillo de la fama, que es como su casa, y en comandita con otro Jaime (este Peñafiel, nada que ver con la ilustre familia, antiguo periodista cortesano que dedica sus últimos esfuerzos profesionales a derribar la monarquía borbónica) ha hecho público que no solo fue cuñado sino también amante de su majestad doña Letizia. Toma ya. ¿Qué menos se podía esperar del último vástago, por ahora, de este exagerado linaje? El libro de Peñafiel ha sido ninguneado por la prensa seria, as usual, pero en la calle ha sido un éxito de ventas y jugoso pasto para las redes sociales en este momento despendolado en el que los squadristi de la extrema derecha, agitados por don Aznar, conviene recordarlo, señalan al monarca como Felpudo sexto.
Recapitulemos: un Jaime quiso derribar la república e hizo un estropicio que le persiguió hasta la tumba; su hijo y sucesor Jaime quiso sostener la democracia y le dio una patada en la espinilla a su partido, uno de los pilares del bipartidismo, y el nieto Jaime amó tanto a la monarquía que está en un tris de acabar con ella. La casa familiar de los Jaimes está a unos pocos pasos del monumento al encierro.