Brindis por el final de las fiestas
La primera noticia que este escribidor tuvo de doña Cayetana Álvarez de Etcétera y Etcétera como tribuno de los libres e iguales está datada en los albores del año 2016 cuando pronunció su arriscada arenga de trémolos jeremíacos contra la dictadura de la izquierda en Madrid. La alcaldesa roja de aquel momento se estrenó en el cargo patrocinando una cabalgata de reyesmagos en la que , entre otros cambios, sus majestades de oriente y séquitos comparecieron ante la ciudadanía con túnicas lineales y elusivas como un destello de luz, en las antípodas de los abullonados y barrocos atavíos que son tradición en estas fechas mágicas.
La marquesa de Casa Fuerte, licenciada en Oxford, advirtió de inmediato la perturbación cultural, y moral, y política, que tal mutación sartoria anunciaba y pronunció la famosa denuncia que entrará con pleno derecho en las compilaciones de frases célebres pronunciadas por personajes célebres: No te lo perdonaré jamás, Carmena. De este modo, doña Manuela Carmena, que ha dedicado su vida a la defensa de los valores democráticos en tiempos más recios que los que pueda recordar la señora marquesa, pasará a la historia del mismo modo que don Jacinto Miquelarena, celebérrimo periodista en su tiempo, cuya huella nos ha llegado por la sesuda reflexión que le dedicó su compadre Pedro Mourlane: ¡Qué país, Miquelarena!
Doña Cayetana nos hizo saber que esta intervención suya era parte de la batalla cultural, una noción de ecos maoístas de la que se proclamó paladín y puso en práctica en una siguiente oportunidad calificando de terrorista en sede parlamentaria a un ciudadano que no podía responderle en ese ámbito y que nunca había sido enjuiciado ni condenado por terrorismo. Los tribunales dieron la razón a la batalladora cuando el aludido denunció la infamia en sede judicial. Los jueces estimaron que llamar terrorista a alguien cuyo único delito es ser padre de un diputado de la izquierda es un juicio de valor, por lo que el derecho concernido es el derecho a la libertad de expresión. Por ahora, la libertad de expresión ha prosperado en línea recta y ha llegado al linchamiento en efigie del presidente del gobierno; ya veremos si sigue avanzando y cómo.
Entretanto, la batalla cultural se ha extendido a los negociados de cultura de municipios y regiones en manos de los amigos y correligionarios de doña Cayetana y se han multiplicado las censuras, los recortes y las prohibiciones de libros, exposiciones y festivales, y cancelado autores como Almudena Grandes, Miguel Hernández o Virginia Woolf. Y, cómo no, la batalla ha llegado a la cabalgata de reyes. En Valencia, la coalición reaccionaria al frente del ayuntamiento se propone revivir el verdadero espíritu de la navidad y el desfile mostrará la secuencia bíblica completa: la anunciación divina a la Virgen, el nacimiento de Jesús en Belén, la adoración de los pastores, la matanza de los inocentes por Herodes y la llegada de los Reyes Magos con oro, incienso y mirra. Una historia edificante, que ilustrará a los niños y niñas cómo puede quedar embarazada una mujer por el vuelo de un ángel; cómo puede una sociedad civilizada dejar que un niño nazca en una cuadra; por qué los trabajadores del sector de la ganadería pueden ser distraídos de sus tareas para ir a una maternidad a ver a un bebé que no conocen en estos días dedicados al sacrificio masivo de reses para proveer a las mesas familiares; por qué un tipo mata a infantes e infantas sin ton ni son a menos que sea don Netanyahu (o quizá don Sánchez, glups), y, por último, para qué sirve el incienso y la mirra, lo del oro ya se entiende mejor.
Después de esta descarga enciclopédica de saberes a cuenta de la última, por fin, noche de las fiestas, los organizadores de cabalgatas de la cuerda de doña Cayetana han olvidado la elemental regla de convivencia navideña que nos exige reconocer a nuestro semejante en la piel que nos ha dado la naturaleza y aceptar que los figurantes negros de la cabalgata sean interpretados por personas negras. ¿Qué diría Jesusito de nuestro comportamiento?
Es curioso, empiezas cavilando sobre la alta prosa de la portavoz de los libres e iguales y el monólogo interior te lleva a una cuadrilla de zulúes salvajes que, en la infancia del viejo, cerraban la cabalgata del cinco de enero. Se suponía que formaban el séquito del reybaltasar: una veintena de paisanos embutidos en apretadas prendas negras, la cara tiznada, faldones de rafia y penachos de plumas en el colodrillo, que aullaban, saltaban y blandían ante nuestros ojos muy abiertos lanzas de cartón con la punta manchada de rojo. El amigo Quirón formó parte un año de esta horda festiva; recordarlo despierta una sonrisa.