La neblina prebélica que recorre Europa se ha adensado en el parlamento de Estrasburgo en cuyo solemne patio se ha tratado con espanto y urgencia el delito de alta traición. La potencia diabólica a la que sirven los traidores requeridos es previsible: Rusia. Y los imputados y urgidos a una investigación para depurar este delito nefando son dos países periféricos de la unioneuropea que albergan en su interior minorías nacionales brumosas y malqueridas. Ya habrán adivinado que uno de estos países es el nuestro; el otro es Letonia.

Para empezar por el más lejano, en Letonia se sospecha que una eurodiputada de su país, Tatjana Zdanoka, colabora desde hace al menos diez años con los servicios secretos del Kremlin, así que el parlamento europeo ha exigido que se la investigue en profundidad y sin demora para determinar las sanciones y procedimientos criminales apropiados. Lo de sin demora es un toque humorístico si, como dicen, lleva ya una década a la faena sin que hasta ahora haya despertado la necesidad urgente de aclarar si es o no una espía. Doña Zdanoka pertenece a la minoría rusa del país (un cuarto de la población letona, nada menos), condición que no oculta, por la ha sido elegida eurodiputada y en virtud de la cual viaja a veces a Rusia. ¿Qué secretos puede conocer la europarlamentaria doña Zdanoka que no se encuentren en internet con un poco de paciencia? En fin, que se haga la luz en este asunto y a doña Zdanoka solo podemos desearle que tenga mejor suerte que nuestro compatriota el periodista Pablo González, ruso de nacimiento, encarcelado en Polonia sine die desde hace dos años por una acusación de espionaje cuyos términos no se han concretado, ni instruido ni juzgado.

La paranoia rusa quizás se explique en países que tienen razones históricas para sentir el aliento del oso en el cogote pero llevada al extremo occidental del Mediterráneo resulta como poco pintoresca. Y sin embargo, así ha sido. La perseverante coalición reaccionaria española ha conseguido introducir en la agenda europea la especulación del juez Aguirre que persigue a don Puigdemont por contubernio con Rusia para conseguir la independencia. Entre las innumerables estupideces que perpetraron los procesistas estuvo la de fardar de la visita a Barcelona de un ruso -inevitablemente perteneciente al círculo cercano, o mejor íntimo, de don Putin- para apoyar la independencia por un negocio de criptomonedas y con el aporte de diez mil soldados. La resolución final aprobada en la eurocámara  incluye ad hominem a don Puigdemont y una referencia explícita a que los mismos secesionistas catalanes de España que han mantenido relaciones con personalidades cercanas al Kremlin exigen que se les conceda la amnistía por sus presuntos delitos. Toma ya, don Sánchez.

Esta hiperventilación a cuenta de los espías rusos está provocada por los mismos grupos que esperan sacar réditos de la protesta de los tractores. Una vez desplegada esta en toda Europa, han llegado los argumentos que la justifican: la caída de las rentas agrarias por la globalización, las constricciones de la agenda verde, las complicaciones burocráticas para obtener ayudas o acreditar productos, etcétera. Pero se olvida interesadamente que estas protestas nacieron hace ya cuatro meses en Polonia contra la competencia de los productos procedentes de Ucrania en condiciones especiales como contribución de la unioneuropea al esfuerzo de guerra.

Polonia, un país fuertemente nacionalista, encarna bien el antieuropeísmo que la guerra de Ucrania ha despertado y alimenta día a día con la incertidumbre de su final. Malestar urbano por la inmigración y malestar rural por las condiciones del sector primario, los dos capítulos principales de la agenda de la derecha tienen su epicentro en Ucrania. No solo son sus cereales sino también sus migrantes, más de seis millones en países de la unión desde que comenzó la guerra, que han tenido un régimen de acogida más benévolo que los procedentes de otros países extracomunitarios y a los que algún día se lo echarán en cara.

La guerra de Ucrania ha destruido también los pilares del consenso europeísta. Los conservadores se escoran a la extrema derecha y la socialdemocracia se hunde. El alemán herr Scholz tuvo que aguantar sin decir ni pío que le volaran las conducciones submarinas que aprovisionaban de gas a su país y a don Sánchez le ponen en la tesitura de ser cómplice de  alta traición. Hay que ver el juego que dan los espías rusos.