La plataforma digital es el cajón de los cromos en el que se encuentran, desordenadas, fragmentarias, inertes, las imágenes que, con suerte, si no hay alzheimer por medio, acompañarán al viejo a la tumba. La mercadotecnia de la plataforma sitúa en portada de la cartelera el señuelo de pelis actuales, galardonadas en festivales, jaleadas por la crítica y denostadas por don Carlos Boyero, un tipo condenado al tormento de Sísifo en una sala a oscuras. Pero el viejo encuentra repetitivas, desmeduladas, estas novedades que se le proponen y prefiere las pelis antiguas, en desuso, ni siquiera clásicas necesariamente, que nutrieron sus fantasías de mirón adolescente, y en este empeño ha vuelto a una rutina cinéfila que abandonó hace sesenta años: ver una peli de semanasanta en semanasanta.
No había visto La historia más grande jamás contada (1965), sin duda por la fecha en que fue producida y exhibida a mediados de los sesenta, cuando el adolescente se había librado de la férula de los escolapios, seguía estudios en una escuela profesional más menos laica y había resuelto no tener nada que ver con los curas, sus liturgias y el olor a ajo de su aliento. No era fácil llevar a efecto esta resolución porque los curas y sus cosas estaban por todas partes, si bien en decadencia después del concilio vaticano segundo. En todo caso, se acabó la obligación de ver una peli de la pasión de cristo en los días morados. El joven espectador se había sacudido el envoltorio clerical pero no la curiosidad cinéfila y La historia más grande quedó en su ánimo como una deuda hacia sí mismo por la intrigante razón de que el papel de cristo lo interpretaba Max von Sydow.
Hollywood ha hurtado a la verdad histórica, si hay alguna en este asunto, la apariencia del nazareno atribuyendo rutinariamente su representación a actores rubios y de ojos azules, algunos por ende especializados en papeles de psicópata, pero, en fin, Max von Sydow jugaba en otra liga superior en la estimación del cinéfilo adolescente. No es solo un escandinavo étnicamente puro, lo que quiera que signifique eso, sino que posee un rostro pétreo y a la vez oscuro, intimidante e inabordable, que le especializó en papeles muy variados, brujos, exorcistas, sicarios, espías, traidores, reyes, figuras de autoridad naturalmente alejadas de cualquier atisbo de cordialidad con el espectador. En esta línea llegó hasta la caricatura cuando interpretó al malvado e implacable Ming en Flash Gordon, así que asignarle el rol de paladín del amor al prójimo es una osadía de reparto digna de mención. El sueco cinematográfico y el palestino bíblico coinciden en que no se ríen nunca. Para un fan del cine de Ingmar Bergman, estas mutaciones de su actor más relevante hacia el cine comercial no pueden ser aceptadas sin una pizca de fastidio. Sin embargo, al actor le sirvieron para ser uno de los intérpretes más requeridos de la industria del cine durante su muy dilatada carrera.
En resumen, aquí está el viejo ante un cristo de fulgentes ojos azules al que le han teñido el pelo de oscuro y recortado la melenita, rodeado de una constelación de estrellas jolivudenses de ojos azules y pelo rubio encubierto, en la más teatral, estilizada y pictórica versión cinematográfica de la vida y milagros del fundador del cristianismo. ¿Y bien?, preguntará el desconcertado lector que haya llegado hasta aquí. Bueno, aún queda un detalle.
La versión que ofrece la plataforma es media hora más corta que la película original y el viejo lo ha advertido porque no aparece John Wayne, que interpreta al centurión romano que encontró la fe al pie de la cruz en medio de un alboroto de efectos especiales -rayos, truenos, resquebrajamientos de la tierra y caballos encabritados- acaecido a la muerte del mesías. No me negarán que contemplar a John Wayne ataviado con faldita, coraza de abultados pectorales y yelmo con penacho de plumas es un perverso incentivo para estas fechas, que para la gente sin posibles sustituye con ventaja a la asistencia a las procesiones de Sevilla. Pues bien, el espectáculo nos es birlado en esta copia. Los hermanos Cohen hicieron una coña de este centurión en su película ¡Ave, César!, situada en Hollywood y que tiene como referente la producción de un peplum de la vida de jesús en el que el papel del miles converso lo interpreta George Clooney.
Y de este modo, fajado a recuerdos y dislates, el viejo ha atravesado el lluvioso y tedioso viernesanto de 2024.