Porque hoy en España, en Madrid especialmente, hay gente que practica el liberalismo como si fuese un arte marcial. (Enric Juliana, apunte del 28 de noviembre de 2004, en España, el pacto y la furia, marzo de 2024).
El diario de referencia de la transición y del régimen subsiguiente ha despedido a su fundador y actual presidente de honor por incumplimiento de contrato. La decisión se ha adoptado por unanimidad del consejo de administración, lo que indica que le tenían ganas. Pero, ¿qué clase de incumplimiento puede imputarse al fundador de un rutilante grupo mediático, encarnación de su marca y patriarca de honor de la empresa? El despido ha sido tan fulminante que más parece un acto freudiano de asesinato del padre que consecuencia de un desacuerdo contractual. Pero lo cierto es que el vejete, en la linde de los ochenta, tenía añoranza por terminar sus días en el geriátrico donde cultivan su huertico de egos y manías los compinches de generación, los que mandaron en almas y haciendas durante, digamos, cuatro décadas, y ya había reservado plaza en este establecimiento sin comunicarlo a la familia.
Don Juan Luis Cebrián, que a tal nombre responde el protagonista de este cuentecillo, había pactado con el digital The Objetive una colaboración de entrevistas a grandes personajes de la historia, que ya está programada y habrá de estrenarse, adivinen con quién, exacto, la chochona y la bolsa de garrapiñadas es para el caballero que ha gritado ¡Felipe González! Nunca lo hubiéramos imaginado.
The Objetive es uno más de la miríada de diarios digitales que ha eclosionado en Madrid, epítome de España, donde ocurre todo lo que vale la pena ser publicitado y conocido. Los digitales de este enjambre son de todos los colores aunque la mayoría, como se habrán maliciado, está escorada a la derecha y en este lado de la cancha se distinguen, por origen y tono, dos tipos de jugadores: los que nacieron en el biotopo de la charca de ranas de doña Esperanza Aguirre, con vocación disruptiva y de extrema derecha, y los que se decantan por un sedicente liberalismo que dominaba el patio antes de la catástrofe de Lehman Brothers. El objetive pertenece a este segundo rango, si bien todos los digitales aludidos, ya sean de extremo centro o de extrema derecha, tienen en común la insobornable voluntad de cargarse al actual presidente del gobierno. El rito de paso para los y las jóvenes periodistas que se incorporan a sus plantillas es escribir una crónica que desvele las iniquidades del felón don Sánchez; o mejor aún, las sospechosas andanzas de su esposa, doña Begoña Gómez. La lógica de este interés periodístico es irrefutable: si la presidenta de la comunidad de Madrid, que es una santa, tiene un noviete trincón, podemos imaginar cómo será la pareja del diabólico presidente de España. Menos mal que está el objetive y los otros para ilustrarnos.
Para ser completamente justos hay que resaltar que el objetive tiene un je ne sais quoi que lo distingue de la competencia. Un toque british, como pregona la cabecera, de gentlemen’s club, con los muros forrados de maderas nobles que aíslan del ruido de la calle, sillones ahormados a las carnes orondas y los esqueletos artríticos de la membresía, buen scotch, conversaciones sobre el turf y cotilleos de alto coturno con personajes de galería de retratos muy cabreados: don Fernando Savater, don Félix de Azúa, don Antonio Caño, don Francesc de Carreras, don Alfonso Guerra, don Antonio Elorza y don Joaquín Leguina, recién nombrado lord protector de las cuentas públicas que administra la virreina doña Isabel Ayuso. Ser británico ha sido el sueño insomne de los liberales españoles y hasta doña Aguirre, que gobernó el patio de Monipodio en la corte de los Borbones, añora serlo y se encuentra entre los invitados en el objetive club.
No podemos reprochar que don Cebrián quisiera vehementemente ingresar en este club de ilustres deslustrados cuyo lema es libres e iguales, tan iguales que podrían constituir una amigocracia al estilo británico para sustituir a la peor clase política que ha conocido España, según diagnóstico de don Feijóo, incluyéndose él mismo. Para sustituirla por ¿Felipe González? Rediós, qué difícil es ser viejo sin perder el decoro.
Estuve en la presentación del libro del que extraes la cita con que inicias el post y aparte de llamarme la atención el edificio, al parecer antigua sede del periódico el Sol, me pareció tremendo que un libro así, siendo seguro de interés para periodistas, ( pensé también en el autor de esta bitácora, quien si estuviera por aquí se habría dejado caer), no concitó la presencia más que de unos cuantos de ellos, y todos , de los digitales no nombrados: Infolibre, el Diario, el Plural , Público, y de la propia Vanguardia. Desconozco si siempre ha sido así, pero me llamó la atención la trinchera y la animadversión personal entre periodistas, que se ignoran ( en este caso al gran Juliana) como forma de despreciarse.
Hola, gracias por tu comentario. Vivimos tiempos interesantes y la famosa ‘polarización’, que es más bien confusión y que a los viejos del lugar nos recuerda a los primeros años de la democracia, se refleja en los medios, singularmente en los digitales, que son la novedad tecnológica de este tiempo y donde la competencia es feroz porque ha aumentado la oferta pero no la demanda. En este marco, Enric Juliana es un periodista a la antigua, de calidad añeja: fiel a los hechos, atento al contexto, moderado de talante, fino y elegante en el relato y punzante en sus observaciones. El carácter de catalán en Madrid da a sus crónicas un distanciamiento que nos resulta muy atrayente a los provincianos. Madrid es muy absorbente. Su libro, “España: el pacto y la furia”, es magnífico; estoy en las últimas páginas y espero dedicarle un comentario cuando lo termine. Un abrazo.