¿Cuántas veces has follado en el último mes?, ¿cuánto dinero tienes en la libreta de ahorros? Son las preguntas canónicas que el humorista y presentador televisivo don David Broncano hace con suavidad y como al desgaire a todos los invitados a su talk show en un canal de pago de Teléfonica. Las respuestas a estas preguntas, pueden suponerlo, son elusivas, divagatorias o simplemente falsas, así que con los resultados de esta encuesta a pie de plató de televisión no se puede hacer una estadística sobre la felicidad de los españoles, pero las preguntas mismas son el epítome de una visión del mundo y la forma de abordarlo. Su importancia no reside en las respuestas sino en que los interrogados las aceptan como parte del entretenimiento, algo impensable en los otros programas tradicionales del mismo formato. En cierto sentido podrían ser preguntas hechas, respectivamente, por el andrólogo o el ginecólogo de la sanidad pública y por el inspector de hacienda. Preguntas, pues, respetables y ubicadas en el marco del estado del bienestar.
Los invitados al programa de don Broncano acuden para hablar de sí mismos, de sus proyectos, cuitas y manías. Son gente joven, ingeniosa, embarcada en la carrera del espectáculo, famosa acaso en circuitos marginales al mainstream [sic], que acude al plató a promocionar sus actividades. El trato que reciben es desenfadado, fraternal, juguetón, sin ápice de engolamiento, y la jerga que emplean, ininteligible para mayores de cuarenta porque han redefinido el sentido de las palabras. El escenario donde se desarrollan las entrevistas es una mezcla de habitáculo de adolescente eterno y de garaje mitológico donde se crean los artefactos que definirán el futuro; es el lugar de los sueños juveniles. Don Brocano es el hijo que toda madre de clase media quisiera tener: esbelto, de cara aniñada y maneras afables, deportista, viajero y abstemio confeso y reconocido de alcoholes y drogas. Él y su equipo representan a los que no hace tanto se llamaron los indignados, la generación más preparada de la historia, como decían de sí mismos con razón, abriéndose paso en busca del espacio que creen merecer en este quilombo.
La división de entretenimiento televisivo de Telefónica ha hecho un enorme esfuerzo por captar el aire que respiran las nuevas generaciones, precisamente las que alcanzaron el uso de razón entre la crisis financiera y la pandemia, y durante años sus canales de pago han acogido en diversos formatos a todo el talento televisivo emergente en el país. Don Brocano es el destilado de este esfuerzo, que ahora desemboca en la televisión pública.
La contratación de la nueva estrella del late night ha sido un imperativo de La Moncloa, que ha puesto patas arriba el órgano de gobierno de erreteuvee para conseguir este objetivo dirigido a contraprogramar a los espacios del mismo formato en las teles privadas, que dominan el abierto y se han convertido en máquinas de secreción del pensamiento reaccionario. Nueva audiencia, nuevo lenguaje, nuevos modos de interpretar la realidad en la televisión pública, que no consigue que sus espectadores dejen de verla en blanco y negro. Ya veremos cómo se adapta a este nuevo marco abierto un estilo experimentado y cultivado en las catacumbas, y cómo se abre paso en el gran público culturalmente colonizado. En todo caso, los y las budas de este negocio han advertido la amenaza y manifestado su protesta: hay mucha pasta en juego. También la derecha política ha recibido la iniciativa con el redoble de cajas destempladas de ordenanza.
Don Broncano es ahora mismo el pedrusco que el correcaminos deja caer sobre la cabeza del coyote que le acecha en esa interminable tira de cómic titulada don Sánchez contra la coalición reaccionaria. La paradoja de este asunto radica en que la televisión es el freno de mano o el muro de contención que mantiene a la sociedad estabilizada. Es un medio naturalmente conservador.