La comisión parlamentaria de investigación es una institución en la que no se investiga nada sino que se exhiben sospechosos ad hoc, que, a estos efectos, son apeados de la presunción de inocencia apenas reciben la convocatoria para comparecer ante los honorables diputados y/o senadores. Si tuviéramos que encontrar estampas icónicas que ilustraran sobre este foro podríamos pensar en jesús ante pilatos mientras la plebe pide la crucifixión del nazareno, o en las tricoteuses al pie de la guillotina esperando a que caiga la cabeza del réprobo y les salpique su sangre.
La disposición escénica de la comisión de investigación estimula estas fantasías. En el parlamento español el convocado ocupa físicamente una posición prominente sobre sus inquisidores, lo que favorece el aura de martirologio del llamado a deponer sus argumentos ante la representación de la soberanía popular. Esta mecánica supone una ventaja para el convocado, si sabe aprovecharla. Los parlamentarios interrogadores suelen ser ignaros en el tema que se trata, divagatorios en su exposición y ostentosamente malintencionados en el sentido de sus requisitorias. En resumen, arrumbada la pretensión de obtener algún tipo de verdad, la cosa queda en una función de teatro, tediosa e innoble.
Ayer iniciaron sus sesiones sendas comisiones de investigación en el senado y en el congreso que habrían de aclarar el comportamiento de la administración y de sus responsables gubernamentales en los gastos excepcionales a que obligó la pandemia de la covid. Ya se entiende que tan pomposo propósito es un macguffin. La oposición, que tiene mayoría en el senado, había programado las sesiones de la comisión como capítulos de un thriller en el que la audiencia tendría la oportunidad de poner cara y voz a los miembros de una alambicada conspiración que abarca desde un oscuro asesor del ministerio de transportes a la mismísima esposa del presidente del gobierno. La mayoría gubernamental, que domina la cámara baja, contraprogramó la iniciativa de la derecha e impulsó otra serie de sesiones destinada a actuar como un exorcismo contra las maquinaciones de la cámara alta. A la mala fe, se sumó el ridículo. Los primeros comparecientes fueron un asesor ministerial y un ex ministro.
El primero, que ya es familiar a la opinión pública por la pegadiza eufonía y rareza de su nombre, Koldo, está imputado judicialmente por delitos de organización criminal, tráfico de influencias, blanqueo y cohecho por supuestamente urdir una trama para obtener contratos de suministro de mascarillas y material sanitario a cambio de mordidas, y sabiamente se negó a contestar a las preguntas que se le hacían porque cualquier cosa que dijera podría usarse en su contra ante un tribunal de justicia donde en este momento están residenciados sus intereses. Soy inocente, fue el resumen de su comparecencia, aunque se siente crucificado vivo. ¿Qué sentido tenía convocar a una persona cuyas responsabilidades, si las tiene, están siendo objeto de instrucción judicial? Pues bien, la comparecencia ha servido para activar el ingenio de los senadores. El de esquerra le ha dado un consejo de barra de bar: el primero en pactar tiene el favor de la fiscalía, le ha dicho el experto; el del pepé le ha señalado como un ser sin alma; el del psoe ha agitado el abanico y ha recordado que su partido es inocente y que hay que fijarse en los casos de corrupción del pepé, y el de bildu ha insinuado que alguien debería tener la conciencia intranquila. No sé, igual ustedes, los primeros, ha zanjado Koldo, que se curtió en política cuando el pesoe sufría el acoso de los etarras en la remota provincia subpirenaica.
Un ex ministro no es un asesor experimentado en artes marciales y don Illa compareció a su turno en la comisión de la cámara baja con papeles y un hábito acreditada en el arte de rendir informes y dar explicaciones, cortas y sustanciales: tantos contratos celebrados por tanto importe, que permitieron adquirir tantos millones de mascarillas quirúrgicas, tantos de guantes, tantos monos y gafas de protección, tantos respiradores y tantos tests de diagnóstico. En cuanto a las relaciones con Koldo, solo hubo un encuentro y nunca se compró su mercancía. ¿Alguna otra pregunta? Bueno, preguntas no, pero juicios de valor a porrillo. Don Rufián, don Bendodo, doña Nogueras lo han dado todo, como se dice ahora. No hay que olvidar que estamos en periodo electoral. En un thriller no se puede esperar que el asesino confiese a la primera. Todavía quedan capítulos de una serie que no compraría netflix.