Tiempos agitados entre el envoltorio universalmente tóxico de las redes sociales y el anhelo tribal de un espacio de soberanía, un lugar del que la banda, la familia, la comunidad o como quiera llamarse el colectivo humano que comparte identidades, afectos y negocios pueda decir, es nuestro y aquí no nos manda nadie. Las monjas del convento de Santa Clara de Belorado (Burgos) han aceptado el espíritu del tiempo y en un plis plás se han independizado de la jerarquía de Roma y han abierto una cuenta en instagram para explicar sus razones teológicas y publicitar las deliciosas trufas de chocolate por cuya manufactura son famosas y apreciadas en el mundo de la gastrosofía. Detrás de esta arriscada iniciativa hay intereses inmobiliarios. Nada que deba sorprendernos y que no esté a la orden del día: las monjas son chicas empoderadas desde mucho antes de que las feministas exhibieran este sello de calidad –si lo sabrán quienes las conocen- y ahora aspiran legítimamente a ser influencers y a facturar, como predica Shakira.

La voluntad independentista de las clarisas burgalesas ha sido más resuelta y determinada que la de don Puigdemont, que va de boquilla. La declaración de independencia ha tenido la contundencia y gallardía, aunque quizá no la profundidad, de las noventa y cinco tesis que clavó Lutero en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg hace quinientos años. En el documento, las monjas reposteras cancelan a los seis papas habidos desde 1958. La fecha no es arbitraria porque incluye a todo el papado contemporáneo y posterior al concilio vaticano segundo, que significó el hito fundacional de la adaptación de la iglesia católica a la modernidad. La inspiración de las clarisas rebeldes es pues manifiestamente reaccionaria y quién sabe si el gobierno ultraderechista de Castilla y León no terminará por otorgar a las monjas la medalla de oro de la comunidad por la calidad de sus chocolatinas como si fuera un torero por sus verónicas, manoletinas y estocadas hasta la bola en el mismísimo morrillo.

Pero una cosa es independizarse de la jerarquía de Roma y otra muy distinta que las monjas vayan por ahí sin pastor, como cabras asilvestradas en el monte, y ya han adoptado a quien habrá de guiarlas espiritualmente: un obispo muy engalanado de la galaxia del Palmar de Troya al frente de una especie de milicia espiritual así llamada pía unión de san pablo, que se basa en unos estatutos escritos por San Escrivá, fundador del opusdei, y considera a Franco caudillo invicto. Las clarisas de Burgos han encontrado a su Urbain Grandier, el apuesto cura que pastoreaba a las ursulinas del convento de Loudun (Francia) y que terminó en la hoguera en 1634. No hay cuidado, ya no hay hogueras inquisitoriales, solo excomuniones canónicas, lo que quiera que signifique eso. Las ursulinas francesas de Loudun y las clarisas españolas de Belorado, cuatro siglos entre ambas, tienen en común sendas abadesas de armas tomar, sor Juana de los Ángeles y sor Isabel de la Trinidad, respectivamente, lideresas de la rebelión. Mujeres encerradas entre los muros del claustro y condenadas al silencio perpetuo de la celda, el oratorio y el taller, que sienten el soplo del mundo y de la carne: el deseo sexual en Loudun, la codicia financiera en Belorado. Y descubren el demonio en la autoridad eclesiástica a la que han entregado sus vidas.

Porque en el origen de este cisma que nos es servido por los medios como un sainete hay una disputa inmobiliaria por la posesión de un inmueble en Orduña (Vizcaya), convento amortizado en 2002 por falta de vocaciones, que las monjas del cenobio burgalés quieren comprar a la misma orden a la que pertenecen –hermanas pobres de Santa Clara, por su nombre oficial- y a tal fin dicen haber encontrado un benefactor que lo compraría para revendérselo a la comunidad de Belorado, la cual haría frente a la operación con la venta de otro monasterio también vacío que poseen en la localidad vizcaína de Derio. El obispo de obediencia romana, que patronea los intereses religiosos y económicos de las monjas, se malició que en tal benefactor no era trigo limpio, los obispos huelen al diablo a kilómetros, y rechazó la operación de compraventa y estalló el cisma. Los conventos de clausura habitados por hermanas pobres y silenciosas son una bomba dormida.

Y así termina, por ahora, esta entretenida historieta que nos ha arrancado brevemente de la agotada y tediosa posmodernidad en la que vivimos para devolvernos al perfume y el encanto de los jardines conventuales de la Edad Media. El gran Umberto Eco y el no menos grande amigo Quirón lo habrán apreciado.