El pasado 16 de abril, Irán lanzó un ataque contra Israel con gran aparato de cohetería que, ya fuera por la ineficacia del armamento o porque había avisado del ataque para evitar una represalia mayor, resultó una pantomima y a ojo de legos, un fracaso militar inapelable. El régimen de los clérigos que gobierna el país reaccionó al fiasco atornillando aún más a la población femenina. La llamada policía de costumbres recorrió calles y bazares para azotar o detener a las mujeres que no se cubrían con el chador o lo llevaban descuidadamente. La medida es la aplicación literal del dicho, pega a tu mujer cuando vuelvas a casa y si no sabes por qué, ella sí lo sabrá. El refrán o lo que sea es de origen mediterráneo y de aplicación en todas las sociedades cultivadas en las religiones del Libro, en las que impera lo que las feministas identifican con toda precisión como regímenes heteropatriarcales.
Desde que somos europeos, es decir, un poco luteranos, en España está mal visto apalear a la mujer en público o blasonar de hacerlo, lo que no quiere decir que se haya olvidado la costumbre y haya desaparecido la querencia. La reacción política, siempre tan creativa en su búsqueda de argumentos que nos devuelvan al pasado, ha encontrado una fórmula sustitutoria: denigrar a la esposa para, como consecuencia, desacreditar al marido que la consiente. Ya se sabe, lo de la mujer del César, etcétera, o dicho en romance: el marido de la casquivana es el cornudo. Este es el marco mental con el que la horda reaccionaria acosa a doña Begoña Gómez, esposa del presidente don Sánchez, con la aquiescencia bovina del jefe don Feijóo y el inesperado y bienvenido altavoz del presidente argentino don Javier Milei, que se dejó en casa la motosierra pero no la munición verbal.
Este acoso, convertido en argumento principal de la coalición reaccionaria y que rebota en el parlamento y en los medios un día sí y otro también, no es una anécdota ni una excepción accidental porque el machismo o la masculinidad herida, como se dice ahora, parece ser el denominador común de todas las formas de reacción vigentes y pujantes. En esta remota provincia subpirenaica, la presidenta del gobierno regional, doña María Chivite, ha decidido restringir el acceso de comentarios no identificados en su cuenta de equis para dejar de ser objeto de amenazas e insultos, en su mayor parte de índole machista, como ha explicado en una nota. La decisión de la presidenta es irreprochable pero da noticia del repliegue de una autoridad democrática ante el embate de la chusma. Los seguidores de la presidenta en esta red son cuatro mil, según su propia estimación, con los que mantendrá el contacto, pero gobierna sobre una población de seiscientos cincuenta mil ciudadanos, lo que quiere decir que sus opiniones deberían ser de interés para alguien más que el 0,7% de sus gobernados. La decisión de doña Chivite plantea dos cuestiones: ¿para qué sirven las redes sociales como medio de gobernanza? y ¿qué pueden hacer las autoridades democráticas convencionales frente a herramientas en las que se imbrican altas tecnologías tripuladas desde centros ignotos y una marabunta de usuarios que se comportan como primates?
El acoso que doña Chivite intenta frenar en vano tiene un inequívoco sesgo político, del que ella misma ha sido víctima presencial al menos en dos ocasiones en las últimas semanas. Los agricultores que ocuparon las calles con sus tractores y los estudiantes de Derecho de la universidad del opusdei coincidieron en llamarla puta en público. Los primeros lo hicieron durante un acto oficial abierto en el que participaba la presidenta después de que intentaran un asalto al parlamento regional; los segundos dejaron estampada su deposición en el libro de visitas de la misma institución. Vale pena inquirir por un par de aspectos de este comportamiento incívico, zafio y brutal, perpetrado por representantes de escalones sociales objetivamente bienestantes. ¿Qué intereses comparten terratenientes y estudiantes de una universidad de clase alta para que se resuman en un insulto machista contra la presidenta de una institución constitucional? y ¿por qué este insulto contra una mujer por el hecho de serlo está asociado al ataque, ya sea material o formal, al parlamento, la institución que encarna la democracia, la voluntad popular y la libertad de palabra?