Dos movimientos a derecha e izquierda, leves, secos, precisos, del balancín que le mantiene en equilibrio sobre el alambre. Un ¡oooh! ahogado brota de las gargantas del público, seguido de un gesto de satisfacción o de disgusto en las caras cuando el equilibrista sigue avanzando hacia la plataforma que le espera al final de su paseo sobre el vacío. Reconocimiento de Palestina y mil millones de euros en armamento para Ucrania. La primera torsión de muñeca complace a la izquierda, algunas de cuyas extremidades aspiran a borrar del mapa al estado de Israel; la segunda es de recibo para la derecha, en la que hasta los fascistas han de ser atlantistas para pertenecer al nuevo club europeo que se formará en las elecciones de junio. Este muñequeo a derecha e izquierda tranquiliza a todos y lanza un mismo mensaje a palestinos y ucranianos, ambos agredidos por un poder ocupante que busca su extinción histórica: es lo que puedo hacer por ti. El mismo pensamiento que nos acompaña cuando echamos un euro en la escudilla del mendigo a la puerta de la iglesia, el recurso microeconómico que tenemos a mano para resolver las desigualdades del mundo.
Un estado propio y reconocido es la respuesta mínima para que los palestinos, actualmente apátridas y proscritos en su propia tierra, tengan un soporte legal que les permita negociar de igual a igual con Israel. Pero ¿cómo se crea un estado a partir de una situación colonial? Históricamente, lo crea la dirigencia de la fuerza armada que combate a los colonizadores constituyéndose en gobierno provisional y representativo, y en el proceso los terroristas se convierten en resistentes y por último en libertadores. La autoridad nacional palestina, sobre la que pesa un especie de acuerdo universalmente aceptado sobre su corrupción e inepcia, no parece el sujeto histórico pertinente para este lance, así que de algún modo tendrá que tener voz y voto hamás, catalogado a día de hoy como grupo terrorista. Eso sin contar con la frialdad con que los gobiernos árabes del entorno asisten a la masacre de Gaza y sin cuyo concurso político y diplomático probablemente no se podrá consolidar una entidad palestina soberana.
Ucrania recibirá de las arcas españolas una donación de mil millones de euros este año mediante un acuerdo bilateral de diez años de duración. Mil millones es una pasta importante pero el acuerdo no pasará por el trámite de debate del parlamento porque, según el presidente don Sánchez, no es un tratado sino un memorándum de entendimiento, que en la jerga diplomática debe significar algo así como un guiño de complicidad entre colegas o un codazo amistoso en el costado. La nota oficial del gobierno español enfatiza el acuerdo mediante unos objetivos indoloros y absolutamente respetables: defensa, seguridad, paz y reconstrucción, todos los cuales son posbélicos y llegarán cuando termine la guerra , ya veremos en qué términos. Entretanto, ¿cuántos días dura sobre el campo de batalla el armamento que se puede adquirir por mil millones de euros antes de que se convierta en chatarra humeante?
En lo alto de la cúpula del circo reina una penumbra que impide a los espectadores discernir qué es riesgo real y qué un truco amañado, por más que tengan los ojos abiertos como platos y fijos en los vaivenes del artista. Lo que espera el público es que la actuación responda a sus expectativas, que en el caso de un equilibrista son muy simples: que llegue al final del alambre o que se caiga y se parta el cuello. En España, estas expectativas están repartidas al cincuenta por ciento. Este escribidor prefiere que el equilibrista siga en el alambre porque luego viene el número de los payasos revolcándose sobre el serrín de la pista y don Feijóo, la verdad, no tiene maldita gracia.