El viejo de compras en el mercado elogia al carnicero por la precisión con que ha dejado sobre la balanza la cantidad exacta de picadillo de carne que le ha pedido. Eso es ojo clínico, comenta el cliente con ánimo empático pero sin afán de entablar una conversación al respecto. Pero ya es tarde, el comerciante se ha crecido ante el elogio y responde, no se imagina la de veces que acierto con la cantidad exacta y no solo con el picadillo sino con el tocino y las chuletas. El cliente, afligido, subraya: claro, eso es ojo clínico, lo que da la experiencia profesional. El carnicero, embalado: hace cincuenta años que estoy detrás de este mostrador y quién sabe el tiempo que tendré que seguir aquí, los autónomos tenemos que trabajar para pagarles la pensión a ustedes, los jubilados, ¿y ya nos quedará algo para cuando lleguemos? El viejo empieza a lamentar su cumplido, que ha abierto la puerta al apocalipsis. Estamos a lo que digan los políticos -el carnicero, empoderado y sin frenos-, ¿vio usted ayer el espectáculo del congreso, insultándose unos a otros?, y me da igual porque todos los iguales. Ahora, cada uno en su sitio. Usted ya ha hecho lo suyo y cobra su pensión y yo aquí, detrás del mostrador. El viejo, que había deseado en vano convertirse en cucaracha porque las cucarachas escapan por cualquier agujero y sobreviven a todas las catástrofes, se despide con voz débil: Qué tenga un buen día.
A la salida del mercado, otro encuentro. Esta vez, un funcionario jubilado, desafiante: ¿qué te pareció el debate de ayer, a ti que eres un periodista de raza? Y sin esperar respuesta: con el pepé no hay nada que hacer, no remata, tiene a Sánchez a huevo pero no puede acabar con él. El viejo quiere decir algo, hay mucho malestar… y da pie a la siguiente andanada de su contertulio sobrevenido: los de vox son los del pepé que se han cansado de votar al pepé, lo de la vivienda, si no han hecho nada con la vivienda. Yo tengo ahí un piso, bueno, es de mi cuñada pero, vamos, pues no lo alquilamos porque se no fía de los inquilinos y si es tu segunda vivienda, hay que llamar a los desokupas para sacarlos de ahí si no te pagan, y así todo.
En esta atmósfera de cotorreo insomne flotan algunas preguntas: ¿cómo afecta a la opinión pública la trifulca reinante en la política?, ¿qué partido o programa absorbe con mayor eficacia estas corrientes de malestar social a menudo surgidas de un entorno informativo tóxico más que de la experiencia real del opinante?, ¿alcanzará la sociedad el punto de sosiego y estabilidad necesario para encontrar una salida colectiva y razonable o debemos esperar que el conflicto alcance un grado insostenible? Y en cualquier caso, ¿bajo qué condiciones y en qué circunstancias ocurriría alguna de estas alternativas?
El congreso aprobó ayer la ley de amnistía con una gresca monumental que tuvo como efecto deslegitimar la norma aprobada y a la institución que la aprobaba. Lo primero está asumido incluso por una parte notoria y quizá numerosa de la judicatura, que habrá de aplicarla y lo hará a regañadientes, así que muy bien puede ocurrir que la ley haya nacido muerta. Lo segundo, la deslegitimación del parlamento, es el objetivo central de la extrema derecha. No se trata de don Sánchez sino de lo que representa y esto es algo que don Feijóo y su coro de portavoces gritones parecen no querer entender. Si don Feijóo cree que la sociedad le está esperando para arreglar el mundo, va dado. Los legionarios voxianos llegaron ayer al parlamento con el propósito de reventar la sesión y, si fuera posible, invalidar la votación y con ella la ley que se votaba. Era un ensayo soft del asalto al capitolio para el que la ocasión parecía pintiparada porque ¿qué mejor momento para suspender el sistema democrático que cuando se aprueba una norma que rechaza la mitad de la población?
Algo parecido hicieron los indepes catalanes cuando aprobaron las inconstitucionales leyes de desconexión que abrieron el proceso de secesión en 2017. La mitad de la población catalana estaba en contra, pero siguieron adelante, con las consecuencias sabidas. Ayer celebraron la ley de amnistía como si fuera una victoria suya, curiosamente unidos en espíritu a la derecha española, que la rechazaba. Una lección de gramática política: el apoyo y el rechazo a una misma ley en un mismo momento puede tener un significado idéntico. Pero, ¿cómo explicarlo? No todos podemos calcular a ojo y con exactitud la cantidad de picadillo que pesa un cuarto de kilo.
El lector siente cierto pudor, cierta vergüenza, al colocar un comentario banal bajo la magnífica entrada de su bloguero favorito. Pero no puede menos de hacerlo, pues tiene la necesidad de decir con cuánto placer lee sus reflexiones reiniciadas con total acierto y que revelan con una luz inmisericorde la brutalidad y vacío del espectáculo circense que nos ofrecen muchos políticos. Si, al menos, Feijóo, Abascal o Puigdemont nos entretuvieran como otros Augustos o Carablancas. Pero sus actuaciones son un circo de payasos agresivos y peligrosos.
Estoy ruborizado. Un saludo, Casandro, y gracias por el comentario.