Pensamientos poselectorales (II): Apuntes de neuropatología del poder.

La célebre novela de R.L. Stevenson está escrita en estilo indirecto y el lector no puede saber qué sentimientos asaltaron al respetable doctor Jekyll cuando descubrió que también era el asilvestrado míster Hyde. A falta de fuentes más fidedignas, podemos especular sobre la interesante cuestión y afirmar que el doctor se sintió exultante al comprobar que podía hacer lo que había reprimido toda su vida; ciertamente, esta satisfacción repentina e inesperada se veía pronto coartada por una mezcla de temor y vergüenza por los actos que perpetraba la otra parte de su personalidad. Temor porque era consciente de su carácter punible y vergüenza porque este comportamiento le alejaba de los hábitos y creencias de su clase social, dominante en el país y a la que orgullosamente pertenecía.

En este estado de confusión y cálculo, dubitativa entre la respetabilidad liberal y las concesiones al populismo neofascista, se encuentra ahora la derecha europea, singularmente en Francia y Alemania. Lo que ocurre en ambos países es de primera importancia no solo porque ya está afectando al futuro de Europa sino porque cuestiona también el relato fundacional de su inmediato pasado.

En Francia, el muy honorable partido de los republicanos, baqueteado en las urnas pero heredero del legado del general De Gaulle, ha sufrido la traumática experiencia de despedir a su líder, monsieur Ciotti, por su intento de pactar para la inmediatas elecciones legislativas con la formación de madame Le Pen, abducido por la arrolladora victoria de esta ultraderechista sobre el marisabidillo presidente de la república, el liberal monsieur Macron. En este incidente, no menor, monsieur Ciotti, que se ha atrincherado en la sede del partido, tiene a su favor la lógica de la utilidad política y el apoyo de las bases, porque nadie quiere pertenecer a un partido condenado a la extinción y en casa Le Pen hay calefacción y sopa caliente.  Pero este acuerdo topa con un obstáculo teológico que a los capitostes republicanos les ha servido para poner el grito en el cielo y a su jefe en la calle. Los orígenes de los dos partidos –ambos nacionalistas de derechas- no solo son distintos sino enfrentados, y para entenderlo hay que remontarse a ochenta y cuatro años atrás.

Alemania invade Francia y la ocupa en menos de seis semanas. El país de los mil quesos está desarticulado y claudica. La rendición y el acuerdo posterior con el ocupante nazi lo lleva a cabo el general Philippe Pétain, el héroe de la primera guerra mundial, en nombre de un país tradicionalista, chovinista y antisemita. En el mismo momento un general del cuerpo de tanques, Charles De Gaulle, que había servido a las órdenes y muy cerca de Pétain, se refugia en Inglaterra y proclama por radio la resistencia al invasor. Cuatro años y mucha ayuda norteamericana después, De Gaulle es el héroe nacional de la segunda guerra mundial y el fundador de la Francia moderna. En último extremo, salvará del pelotón de fusilamiento a su antecesor, condenado por alta traición y colaboración con el enemigo. Ahora se pretende que las herencias de ambos líderes militares se unan en un solo proyecto ¡en nombre de Francia!

El consenso antifascista, otro significante vacío, es una especie de pasta muy adherente y fácilmente manipulable que sirvió de pegamento y mito fundacional a la Europa resultante de la segunda guerra mundial. En Alemania, adoptó una forma drástica: el país estaba partido en dos, dominado por sendos regímenes enfrentados: capitalista al oeste, socialista al este, ambos con sus propias reglas y ambos antifascistas. La fórmula duró cuarenta y cuatro años hasta que el régimen del este se desplomó y el oeste capitalista ocupó el territorio como quien ocupa un país extranjero, o dicho más finamente, un mercado en el que había demasiados activos amortizados y mucha mano de obra innecesaria para las exigencias de producción. La nueva situación creó una nueva jerga: wessies y ossies, sabelotodo y llorones, winners y losers. Treinta y cinco años después, la brecha sigue abierta y ha adquirido dimensiones aterradoras: el este, coloreado de neofascismo y el oeste, asediado por un sentimiento de alarma e incertidumbre.

La primera reacción de la derecha alemana es idéntica a la de Francia: buscar la alianza con los neofascistas buenos. Frau von der Leyen exploró un acuerdo con la signora Giorgia Meloni, que, como madame Le Pen, están ya en el poder, o casi. La imaginación de la derecha europea distingue entre neofascistas buenos y malos, caracterizados respectivamente por la herencia de Mussolini y Hitler. El primero careció de la tenacidad para el mal del segundo, así que, puestos en lo peor, el italiano es preferible al alemán. Mussolini dejó un partido que guarda su legado y al que perteneció la signora Meloni. En Alemania no hay un equivalente al que aferrarse en caso de apuro; aquí los neofascistas de alternativa por Alemania exhiben en la solapa las runas de las SS. Por fortuna, la derecha alemana ha ganado holgadamente las elecciones y volverá al acuerdo con socialdemócratas y liberales, agrupación de fuerzas que bien podría considerarse una coalición de náufragos parecida a la que pilota monsieur Macron, con el resultado sabido.

Pero volvamos a la literatura, que es más entretenida. Los lectores de Stevenson y los espectadores de las versiones cinematográficas de la novela se quedan sin saber cómo se produce el tránsito de Jekyll a Hyde. ¿Un bebedizo, una mutación orgánica, un cambio de disfraz? Stevenson, astutamente, elude la cuestión y las soluciones que ofrece el cine son poco creíbles cuando no ridículas. Sin embargo, es una cuestión capital: ¿en qué momento la derecha tradicional muta en fascismo?

Quizá podríamos visualizar el tránsito de Jekyll a Hyde si el relato se ofreciera en formato de tebeo. En este género la historia nos es contada segmentada por viñetas y cada hiato entre una viñeta y otra retiene la atención del lector y refuerza la lógica del conjunto de tal modo que podemos ver a Jekyll convirtiéndose en Hyde sin necesidad de hacer obvio el proceso sino perceptible por sus resultados. En tal viñeta aparece un respetable ciudadano que pasea por la calle, en la siguiente le ha salido rabo y hocico, en la siguiente el tipo descubre a un inmigrante, en la siguiente lo muele a palos, en la siguiente mira alrededor para cerciorarse de que nadie lo ha visto, en la siguiente huye y en la última viñeta vuelve un respetable ciudadano de paseo.

En España tenemos un tebeo en el que comprobar empíricamente esta hipótesis. La presidenta de la comunidad de Madrid, doña Ayuso, aparece en cada telediario, que opera como la viñeta del cómic, con un discurso encendido, disparatado, derogatorio, guiñolesco, pero al mismo tiempo arriscado, hipnótico, seductor, destinado a encandilar a los bebedores de cerveza, ya estén plácidamente sentados en una terracita del barrio de Salamanca o  enardecidos en una brauhaus de Múnich. ¿En qué momento devorará doña Ayuso a don Feijóo? ¿En qué momento devoró Hitler a Von Papen? ¿En qué momento devoró Hyde a Jekyll?