Pensamientos poselectorales (y III): Notas de etnofolclore regional
La verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y ávido de lo presente, advertencia de lo porvenir (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha).
La idea de que la historia es la guía de la conducta humana es un mito de la modernidad, elevado por Hegel a eje de su sistema filosófico. Desde entonces ha llovido y a la historia no le han faltado detractores y escépticos que matizan este valor absoluto con observaciones como, la historia se repite como farsa o la historia no se repite pero rima, etcétera. La negación de la historia como maestra de vida tiene fecha, 1992, cuando el académico Francis Fukuyama decretó el fin de la historia y en consecuencia el inicio de un tiempo en presente continuo, que otorga a los hechos un cariz adánico, como si ocurrieran el primer día de la creación. Este nuevo estado coincide no por casualidad con la rendición de la humanidad a las nuevas tecnologías y la abdicación de la sociedad al juego de los memes, avatares, filtros, likes, zascas y demás elementos de atrezo que convierten la realidad en un irritante teatrillo, particularmente insufrible en el guiñol catalán.
Ahora ya no diréis que no soy catalanista, espetó el presidente Lluís Companys a quienes le acompañaban en el balcón del palacio de la generalitat cuando proclamó l’estat català dins la república federal espanyola el 6 de octubre de 1934. Algún pensamiento semejante –ara no direu que no som independentistes– debió asaltar a los prebostes de esquerra republicana cuando entregaron la presidencia del parlament al juntista don Josep Rull, guardián de los intereses de don Carles Puigdemont en tierra de infieles. Por algún maleficio histórico, la gente de esquerra tiene que demostrar de continuo su pedigrí patriótico; una vez que los catalanes de tercera ya han asumido su condición de meros españoles, debe ser terrible saberse catalán de segunda y tener vetado el acceso a la clase premium por más que te esfuerces, y es que el nacionalismo es un régimen corporativo y estamental, no meritocrático.
El estat català de don Luis Companys y la república independiente de don Carles Puigdemont son las dos pifias que Cataluña se ha hecho a sí misma y de paso al resto del país en menos de un siglo. Los dos sucesos guardan similitudes, quizá no tan asombrosas, en las circunstancias y los actores del drama, como si siguieran un patrón histórico ineludible. Las dos declaraciones soberanistas fueron hechas para desafiar al régimen democrático de España, estuvieron vigentes durante una fracción de segundo, no tuvieron ningún efecto normativo pero quebraron a la sociedad catalana y ambas aventuras terminaron con sus promotores en la cárcel y la suspensión de la autonomía de Cataluña.
Lluis Companys, en efecto, había sido abogado de los sindicatos anarquistas y procedía de una sensibilidad obrerista y social, así que fue empujado a la proclamación del estado catalán por sus compañeros de la derecha del partido, algunos de los cuales, como Josep Dencàs, consejero de gobernación, y su segundo, Miquel Badía, encargado de la represión de los anarcosindicalistas, torturas incluidas en la comisaría de Vía Layetana, estaban en contacto con la derecha española y se les ha situado en la órbita del fascismo. Josep Dencàs huyó por las alcantarillas cuando fracasó la intentona. Entonces, la política era un negocio bravo y la lucha posterior entre el ejército y las milicias catalanistas se saldó con algunas decenas de muertos y heridos y más de dos mil detenidos y encausados, entre políticos, funcionarios y otros. Companys fue condenado y más tarde amnistiado cuando llegó al poder el gobierno del frente popular. Finalmente, sería ejecutado por Franco, como el general Domingo Batet, enviado por el gobierno para restaurar el orden, al que la fidelidad a la república le costó la vida tres años después. Josep Dèncas, el fugitivo de las alcantarillas, sobrevivió a la guerra.
Declaraciones vacuas de independencia, independentistas de derecha e izquierda que creen estar en el mismo bando, tipos que escapan por la gatera cuando las cosas se ponen crudas, luchas callejeras explosivas, gobernantes encarcelados y luego amnistiados, centenares de políticos, funcionarios y profesionales encausados por los tribunales, independentistas de vitola que trapichean con centralistas de bombo y platillo, y la extrema derecha crecida, engallada… ¿De qué nos suena? Es posible que la historia haya dejado de ser una guía para la vida, pero se niega a entregar la batuta. Ni siquiera sirve de consuelo aquello de que quién ignora la historia está condenado a repetirla, porque ¿quién ignora esta historia que puede consultarse en la wiki?
Los meandros del discurso nos devuelven al momento en que los diputados sociales de esquerra entregan, contra sus intereses más obvios, la presidencia del parlament a los independentistas de alto coturno de junts para componer un ¡órgano antirrepresivo!, es decir, para cerrar el paso al partido que ha ganado las elecciones y les ha sacado a todos de la cárcel con un gran desgaste político cuyas últimas consecuencias aún están por ver. Es posible que Hegel no nos sirva para entender la historia pero aún puede ser útil la lectura del capítulo que dedica a la dialéctica del amo y el esclavo.