Alguien debía haber hablado mal de Mónica O., puesto que, sin que hubiera hecho nada malo, una mañana la arrestaron.

Así empieza de El Proceso, de Franz Kafka. La historia es conocida: Mónica O. se ve incursa en un procedimiento legal jalonado de interrogatorios, testimonios, consultas, instancias, resoluciones y consejos que tienen lugar en oficinas, pasillos y callejones a cargo de una variopinta fauna de personajes que, unos se proponen restablecer la justicia, otros dicen querer ayudar al acusado, otros quieren apartarlo de la circulación, otros espían sus reacciones y todos, como dice uno de los personajes, forman parte del tribunal. En algún momento de este proceso, Mónica O. adquiere conciencia de que está en manos de un poder proteico y que es culpable porque es Mónica O. En su caso, ni siquiera cometió el delito que dio origen a la causa. Pero el proceso se ha apoderado de su vida y, de momento, ha acabado con su carrera política, lo que, a pesar de que ese era el objetivo de sus acusadores, ahora parece insuficiente. ¿Por qué conformarnos con expulsarla de la plaza pública, reprobada incluso por los suyos, si con un poco de tenacidad podemos conseguir que acabe en la cárcel o algo peor? En la novela de Kafka, acabará a manos de dos sicarios anónimos.

La audiencia ha reabierto la causa contra Mónica O. por un delito de abusos sexuales cometidos por su ex marido cuando esta era consejera del gobierno regional. La causa había sido archivada por el juez instructor que exoneraba a la acusada en términos contundentes: no existe un solo indicio de que se dictara orden o instrucción alguna emanada de los cargos directivos de la consejería dirigida a ocultar los hechos ni a desacreditar a la menor. Demasiado claro para los acusadores, que veían alejarse a su presa, malherida en su honra pero todavía viva, así que han recurrido y la instancia superior ha acogido su súplica: la sala estima, discrepando del criterio del instructor, que no puede descartarse claramente la comisión de infracción penal, siendo posible identificar, en relación a determinadas actuaciones, una suficiencia indiciaria que justifica la continuación del procedimiento.

La ondulante prosa judicial tiene un efecto opiáceo. ¿Qué significa aquí suficiencia indiciaria? La acusación contra Mónica O. se centra en que intentó proteger a su ex marido de la acción de la justicia mediante la desacreditación de la víctima prevaliéndose de su cargo, pero, de ser así, solo lo pudo hacer por algún procedimiento administrativo del que forzosamente tienen que  quedar pruebas documentales o testificales. ¿Las hay y el juez instructor no las apreció?, ¿por despiste, por prevaricación? La buena noticia para los acusadores es que el proceso se reinicia y Mónica O. vuelve al banquillo. No quieren matar a la acusada, solo asarla a fuego lento y ninguna parrilla opera con tanta parsimonia como un procedimiento judicial. Por ende, el procedimiento implica un juicio oral, es decir, la barbacoa será al aire libre.

Un rasgo interesante de esta merendola es que los ingredientes los aportan letrados agrupados bajo siglas pintorescas afectas al neofascismo rampante –españa 2000, gobierna-te y vox-, a los que se podría añadir manos limpias y abogados cristianos, que ha empapelado a don Pablo Echenique por un tuit. Todos los cuales pueden presumir de afición por el canibalismo judicial con fines políticos. La justicia atraviesa tiempos interesantes: tropas de asalto al foro, jueces ataviados de ceremonial que se manifiestan contra leyes aún no promulgadas y el órgano de gobierno corporativo encallado y encanallado desde hace más de cinco años. No puede decirse que la balanza de la justicia esté desequilibrada, solo que los platillos bailan al viento de los que soplan con más fuerza.