Madame Le Pen propone sustituir el ius soli por el ius sanguinis. Para que se entienda, quiere privar de la ciudadanía francesa a los nacidos en territorio francés de padres residentes en Francia pero nacidos en el extranjero. Eso es fascismo o, para decirlo más finamente, es el retorno al clan y a la tribu como sustituto de la ciudadanía. Los manuales de pertenencia civil que estudiaban los niños nativos de las colonias francesas en Senegal o la Martinica empezaban con la frase: Nos ancêtres, les gaulois. Pero cuando el imperio se vino abajo,  los galos descubrieron que los morenos no son galos y fruto de esta evidencia monsieur Le Pen, que había estado en Argelia moliendo las costillas a los moros que no querían ser franceses, fundó el frente nacional que heredó su hija después de echar del negocio al viejo.

Madame Le Pen es tataranieta de Vercingétorix, condición que, para que lo entiendan los futboleros, no posee Kylian Mbappé, cuya filiación genética sería objeto de un expediente administrativo para determinar el grado de francesidad de la sangre que corre por sus venas, ya que su madre es francesa pero su padre no, y los rasgos étnicos no le emparentan con Astérix y Obélix. A la burocracia nazi le traía de cabeza el quantum de sangre judía que podía estimarse en individuos dudosamente alemanes; el resultado final de la indagación sellaba la suerte del investigado: o se quedaba en su barrio al frente de la sastrería o le arrebataban esta y a él le cargaban en un vagón de ganado rumbo a Auschwitz.

Estamos acostumbrados a juzgar el fascismo histórico por sus horrendos resultados finales pero sus inicios estuvieron sembrados de tanteos y propuestas de apariencia tan inocua como la de madame Le Pen. Mbappé lo ha venteado de inmediato y, con otros colegas deportistas, ha pedido que no se vote a la lista de la extrema derecha, lo que en España se ha recibido con perplejidad, ¡los futbolistas no hablan de política! La mitad de nuestro país es fascista y habla en prosa sin saberlo, como el personaje de Molière. Tanto mayor es nuestra irritación cuando vemos que Mbappé llevará la camiseta de don Florentino, con la de plegarias que nos ha costado conseguirlo, y se alojará en la república independiente y anarcolibérrima de Madrid donde rige una ley de exención fiscal para muy ricos que lleva su nombre. Mbappé es como Rotschild, inalcanzable para sus perseguidores ¿y tiene la cara dura de decirnos a quién tenemos o no tenemos que votar? ¿va a resultar que es podemita?

Volvamos a la teoría. La privación del derecho a la ciudadanía por nacimiento convierte al sujeto en un apátrida y lo deja al arbitrio del poder de turno. La apatridia es la matriz de todos los crímenes de lesa humanidad cometidos por gobiernos europeos durante el pasado siglo, época a la que una poderosa corriente de opinión política quiere volver ahora. Ni el nacimiento, ni la escuela, ni la propiedad ni ninguno de los atributos circunstanciales de la ciudadanía podrían detener a un gobierno que decide tu expulsión del país o liquidarte en último extremo. Hannah Arendt, apátrida ella misma en la Alemania nazi por ser judía, dedicó muchas páginas a la extrema vulnerabilidad resultante de la carencia de la condición de ciudadano, y puso de relieve una paradoja. La captura irregular de Adolf Eichmann en Argentina por un comando israelí era técnicamente un secuestro que hubiera hecho ilegal el juicio a que fue sometido en Jerusalén si no fuera porque Eichmann era apátrida en el momento de su detención.

La propuesta de madame Le Pen es una mina de profundidad en la constitución de la república y significa la derogación de su influencia internacional cuyo poder blando está plagado de apellidos extranjeros: Aznavour, Reggiani, Juan Moreno (Jean Reno), Ivo Livi (Ives Montand), Angiolino Ventura (Lino Ventura), por mencionar algunos que sin esfuerzo le vienen a la cabeza a este viejo, y al que podría añadir a la alcaldesa de París, la gaditana Anne Hidalgo, para no mencionar los cuadros deportivos y en singular la selección nacional de fútbol de la que el papá de madame Le Pen dijo en ocasión famosa que estaba llena de negros. Pero el enemigo está en casa. El tipo que encabeza la lista de madame Le Pen, Jordan Bardella, no pasaría el tamiz de la francesidad si se aplicara como predica: tiene ancestros italianos, como delata su apellido, y su abuela paterna es hija de un argelino emigrado a Francia en los años treinta para trabajar en la construcción.

El neofascismo que amenaza a Europa, como su predecesor del siglo pasado, tiene un fuerte componente nihilista, un carácter disruptivo insaciable, una suerte de vacío que le lleva a devorar a sus propios hijos. El desafío de la democracia liberal (¡qué término más cursi!) radica en convencer al electorado de que el fascismo no es una solución sino un problema, pero por ahora la democracia liberal está a la defensiva.