Ayer fue un día feliz, señalado por tres acontecimientos que, cada uno en su órbita, alivian la enrarecida atmósfera política en la que estamos envueltos y diríase que nos sacan de la fascinación por el abismo que parece dominar a élites y gobiernos. Tres acontecimientos presididos por la racionalidad, para variar. Es cierto que cualquier brindis es signo de una tregua y que bien puede ocurrir que volvamos a las andadas antes incluso de apurar el contenido de la copa. Pero, en fin, mientras haya ocasión, brindemos.
El primer acontecimiento feliz fue el acuerdo de Julian Assange con la fiscalía eeuu que pone fin a la persecución de que era objeto el periodista australiano por parte del imperio más poderoso del mundo. Assange se declara culpable de la acusación de espionaje y sus perseguidores rebajan a la mitad la pena prevista, que ya ha cumplido en una cárcel británica mientras esperaba su extradición a la jurisdicción de sus perseguidores. El acuerdo se firmará en una ignota isla del Pacífico que, quién lo diría, es una posesión de Washington, cercana al país del perseguido al que este volverá para sentirse libre por fin. Para Assange, es el final de la pesadilla de una mosca en la red de una araña y para la araña es la única manera de que el resto de la fauna mundial olvide siquiera sea momentáneamente que es una araña. Ver a las autoridades del país que se ofrece como paladín de las libertades, incluidas la de expresión e información, utilizar todos los medios legales e ilegales a su alcance para perseguir a un periodista no es una historia muy edificante y el vejete que está al mando del imperio del bien ha debido comprenderlo así, aunque sea por el apremio electoral.
La solución que se ha dado a este siniestro caso contiene una impostura y una amenaza. Impostura porque Assange no espió a nadie, se limitó a publicitar en colaboración con las cabeceras periodísticas más respetables del mundo y con todas las garantías de veracidad una información procedente de una fuente de la administración estadounidense que mostraba negro sobre blanco algunas prácticas del gobierno norteamericano, básicamente relacionadas con la evidencia de que su acción exterior está fuera del control del derecho internacional y, en circunstancias que así determine el inquilino de la casablanca, puede hacer lo que le dé la gana. La amenaza que se deriva de la enseñanza del caso es más una advertencia: los límites de las libertades los marcan los intereses del imperio liberal, lo que en su jerga llaman la seguridad nacional. No habrá, pues, en un plazo previsible, otro wikileaks. Entretanto, Assange ha salvado la honra, la salud y quizá la vida. Brindemos.
El segundo acontecimiento feliz que alumbró el día de ayer carece de épica pero no es menos tranquilizador, al menos de momento. El bloque europeísta –conservadores, socialdemócratas y liberales- tomó posesión del puente de mando de la unioneuropea, se repartió los cargos ejecutivos y de representación y dejó fuera a la proliferante y variada extrema derecha. Cómo tienen que estar las cosas para que esta noticia, que debía ser rutinaria, se aprecie como un premio de la lotería. El reverso está en que la ejecutoria histórica de este mismo bloque es la que le ha llevado a la situación de fortaleza sitiada por los extremistas. El centrismo que dice representar el conglomerado europeísta es el responsable de la polarización política y del auge del neofascismo, como podría explicar monsieur Macron. ¿Qué piensan hacer al respecto? La ué tiene recursos políticos y económicos y cuenta todavía con una mayoría europeísta en las sociedades de los países miembros, así que ¿sería posible pedir a los mandamases actuaciones claras y eficientes que vayan más allá del consenso de que Putin es un cabronazo? Mientras piensan la respuesta, apuremos la copa.
Por último, volvamos a casa. El cancerígeno bloqueo del poderjudicial se ha resuelto en un plisplás. Milagro. Visto y no visto, no solo se ha llegado a un acuerdo de fondo sobre la elección del cegepejota y las formas y plazos para materializarlo sino que hasta los nuevos consejeros que sustituirán a las herrumbrosas momias que han ocupado durante cinco años el predio estaban designados y acordados, duchados, peinados y con cartera nueva, como escolares en el primer día de cole. Eso sí, los firmantes del acuerdo no han querido ahorrarnos la vergüenza patriótica de celebrar el acto de la firma en Bruselas; quizá porque es otro efecto milagroso de las elecciones europeas.
Pero, además, han tenido que acontecer algunos hechos de ámbito doméstico, no necesariamente inesperados, para que este contencioso de años se haya resuelto en este momento a la velocidad del rayo. Al menos dos de calado suficiente para revertir la situación. 1) Don Feijóo necesitaba marcar territorio como hombre de estado después del vapuleo público y populista al que le estaba sometiendo su competidora doña Ayuso, dejándole, literalmente, fuera del radar de sus propios votantes y ante los demás poniendo en cuestión su capacidad política, y 2) la parálisis del órgano de gobierno de la judicatura empezaba a dañar a la corporación togada, en varios aspectos: el desprestigio creciente del mismo poder judicial, la paralización de carreras profesionales por la interrupción de los nombramientos y la aparición de jueces cimarrones, estimulados por la consigna de el que pueda hacer, que haga y entregados a la sagrada misión de destruir a don Sánchez. El pepé de don Feijóo lo ha intentado de todas las formas posibles y en esta estrategia del todo vale, el poderjudicial era la reserva de amunicionamiento de un discurso kamikaze y golpista, que ha fracasado. Otra copita, pues, y ya empiezo a estar beodo. O Bendodo.