Detlev Rohwedder (1932-1991) fue un empresario alemán, afiliado al partido socialdemócrata y comisionado por el gobierno conservador de Helmut Kohl para poner en almoneda el patrimonio industrial de Alemania oriental después de la reunificación. Herr Rohwedder montó una oficina en la Alexanderplatz de Berlín con un nombre intimidatorio y apabullante – Treuhandastalt (empresa fiduciaria, en modesto castellano)- a la que se dirigía el capital occidental para comprar a buen precio lo que fuera aprovechable de la ruina socialista. La oferta era copiosa, de miles de empresas que habían sido de propiedad pública, pero poco útil: fábricas avejentadas, modelos de producción obsoletos, productos sin salida en los supermercados occidentales y mucha mano de obra excedente. Los primeros marcos fuertes que llegaron a la Alemania ex comunista lo hicieron por esta vía, así que casi parecían un regalo. En los regímenes liberales el capital es más intrépido, rápido y certero que las instituciones políticas, siempre titubeantes, y la revolución democrática llega detrás de una operación comercial provechosa para los colonizadores e ininteligible para los colonizados, que quedan perplejos mirando el collar de abalorios que han recibido.

Herr Rohwedder fue un agente de lo que el economista austriaco Joseph Schumpeter llamó destrucción creadora, definida como un incesante proceso de mutación industrial que revoluciona la estructura económica destruyendo la antigua y creando una nueva; en resumen, unos nacen y otros mueren, unos se enriquecen y otros se empobrecen. Alguien debió estar en desacuerdo con este designio y, resuelto a enmendarlo, asesinó al señor Rohwedder. El crimen nunca se ha resuelto y ha quedado como una anécdota para novela policíaca o para serie de netflix. El gobierno alemán tenía tal confianza en la racionalidad de su misión histórica que no vio necesario disponer de protección para su comisionado, el cual se alojaba en una casa cuyas ventanas iluminadas por la noche ofrecían un blanco perfecto del inquilino. Nunca se encontró al francotirador ni indicios probados de que hubiera una trama organizada detrás, aunque la policía aceptó la reivindicación del asesinato que hizo la raf (fracción del ejército rojo, por su sigla en alemán), un vetusto y correoso grupo terrorista surgido en los años sesenta.

La destrucción creadora funciona bien en las fases expansivas del ciclo económico, que, a los efectos de esta historia, podemos situar entre la caída del muro de Berlín (1989) y la caída de Lehman Brothers (2008), época en la que Alemania acrecentó su liderazgo de la economía europea y la arrogancia correspondiente de creer que los endeudados países de la ribera mediterránea eran responsables de su suerte y debían pagar por ello. El crecimiento de aquella época ya lejana no fue capaz de nivelar a las dos Alemanias y, cuando se ha disipado el humo de los opiáceos financieros, volvió a hacerse presente la sima entre conquistadores y conquistados. El rechazo a la unificación de signo capitalista liberal que expresaba el asesinato ideológico de Detlev Rohwedder se ha convertido en un problema político de primera magnitud para toda Europa, que vuelve a la pesadilla de un siglo atrás.

Las elecciones regionales de Turingia y Renania han puesto de relieve varios rasgos muy inquietantes: a) la quiebra de la globalización despierta los nacionalismos, que en Europa solo tienen un rasgo dominante: el fascismo; b) el llamado cordón sanitario empieza a ser una fórmula inoperante para frenarlo porque c) se necesitan trabajosas y heterogéneas coaliciones de gobierno que no funcionan a estos efectos y a casi ningún otro. Por ahora todo son preguntas, pero más vale que empecemos a ofrecer respuestas.