Comentar la política al paso de los acontecimientos es una fórmula segura para que se engañe el que crea comprenderla al primer vistazo. La política es el arte de iluminar el escenario, escribe hoy mismo el maestro Enric Juliana en su crónica dominical. El escenario es un paisaje de claroscuros cuidadosamente dispuestos por los actores que dan la función. Un jubilado y habitante de una remota provincia subpirenaica esta dispensado si las limitaciones de su circunstancia le obligan a creer en la literalidad de lo que le ofrecen en el telediario, pero esa ingenuidad de panoli no es admisible en los que por oficio y obligación han de estar en los intríngulis de la tragicomedia que se representa: en este caso los idiotas son la cúpula al completo del pepé español, la troupe  de don Feijóo.

Yendo al grano, hoy nos hemos enterado de que don Edmundo González, ese caballero provecto y de aspecto fatigado al que pusieron al frente de la oposición del tirano don Maduro ha obtenido asilo político en España. El guión funcionaba así: el tronante don Maduro, ataviado con su fosforescente chándal presidencial, denostaba del vejete, le llamaba cobaaarde, como hubiera hecho Chiquito de la Calzada, e instaba a la justicia a que le persiguiera y cargara de cadenas mientras su propio gobierno negociaba con el español la salida del país del achacoso  y embarazoso forajido, a la sazón refugiado primero en la embajada de los Países Bajos y luego en la de España desde donde ha partido con el acuerdo de todas las partes contratantes hacia la madre patria para llorar sus penas.

España es el destino preferido de exilio de la alta clase política (y económica) venezolana, ya sean opositores al régimen bolivariano o antiguos partidarios de este que por fas o por nefas han desertado de sus filas o se han mostrado desafectos, todos se encuentran en Madrid donde constituyen una influyente minoría, mimada por el gobierno regional de doña Ayuso, y de la que no hay que preocuparse por su sustento, como, en otras coordenadas, tampoco hay que preocuparse por el sustento de don Puigdemont.

El pepé se ha erigido -tarifa mediante, imaginamos- en agencia de relaciones públicas de esta minoría oligárquica, en la creencia de que le sirve para hostigar y debilitar al felón don Sánchez. Y en esta murga llevamos una década, con escaso éxito hasta ahora. Si no hay cambios en la correlación de fuerzas de la zona, el régimen bolivariano de Venezuela lleva camino de convertirse en un fósil, como el régimen de La Habana, rocoso e inane, aunque con petróleo, el mejor abono para la permanencia de cualquier gobierno de cualquier signo. Pero esos cambios no dependen ni serán consecuencia de los graznidos de la derecha española, que no pierde ocasión de hacer aspavientos en cuanto atisba la oportunidad.

Don Feijóo y los suyos forman una cuadrilla de insolventes que a cada golpe de pico y pala hacen más profunda su fosa. En esta ocasión, no han dudado en deslizarse hacia el ridículo. Primero, exigieron al gobierno que diera asilo al perseguido don González, y cuando el gobierno ha cumplido la perentoria solicitud le han reprochado que haya  hecho un favor a don Maduro. Por lo visto, hubieran preferido que el atribulado vejete, que se moría de ganas por salir de Venezuela, hubiera ido a la cárcel para tener un mártir con el que aporrear la conciencia de don Sánchez. Varios prebostes del partido de la derecha han martilleado sobre este argumento delirante; por ejemplo, nuestra nunca bien ponderada doña Cayetana: el gobierno se cuelga medallas por traer a España al hombre equivocado; no es al presidente electo de Venezuela al que debieron poner un puente de plata, sino al usurpador criminal, ha asentado la marquesa de Casa Fuerte. Esas casas fuertes suelen tener desvanes muy ventilados por vientos de todos los puntos cardinales pero si la marquesa quiere hacer algo por la causa de don Eduardo González siempre puede ir a Caracas y plantarse ante el palacio de Miraflores blandiendo una pancarta con la declaración antedicha. No acabará así con el régimen de don Maduro pero pondrá en un aprieto diplomático al gobierno de don Sánchez.

Créeme, amigo lector, cuesta mucho escribir sobre estas idioteces, y eso que hemos dejado a los podemitas para otra ocasión.