Los viejos saben (sabemos) que valen (valemos) más muertos que vivos. En esta última circunstancia son (somos) un coste neto para la sanidad pública, los servicios sociales y la caja de las pensiones. Muertos, sin embargo, dejan (dejamos) cierto patrimonio material a los descendientes y sobre todo un vacío en el negocio para que lo ocupen ellos. En el estado intermedio en que no se sabe (no sabemos) si están (estamos) vivos o muertos (en modo Biden, para que se entienda), los viejos conservan un cierto valor ornamental en la casa familiar y en ese sentido son expuestos en la galería de retratos por sus avispados herederos. Es lo que hizo doña Ayuso nombrando a don Leguina (83) como lord protector de las cuentas públicas de Madrid y es la suerte a la que parecía destinado don Edmundo González Urrutia como líder de la oposición a don Maduro, el del estridente chándal patriótico, como se diría en la Ilíada. Don Edmundo (75) es un diplomático de maneras finísimas, espalda encorvada y semblante mortecino al que pusieron al frente del ejército atacante en la batalla de Venezuela.

En estos pagos, donde ya vamos acostumbrándonos a lo tabernaria que puede ser la pugna política, podemos imaginar el estrés de don Edmundo en un trance infinitamente más crispado, donde hace falta una fortaleza y una convicción interior de la que los viejos están (estamos) dispensados, así que cuando el caudillo del chándal fosforescente le echó encima los perros de la fiscalía, el vejete no se presentó gallardamente al sacrificio sino que buscó refugio para salvar los años que le queden de vida, decisión que los viejos aplaudimos sin reservas. Que les den a los que tienen algo que ganar en esa vaina.

Acogido a sagrado en la embajada de Países Bajos, primero, y de España, después, se obtuvo una tregua en la que don Maduro y don Edmundo debieron evaluar las posibilidades que tenían de alcanzar sus objetivos de supervivencia. Don Edmundo necesitaba la benevolencia de don Maduro para ponerse a salvo y don Maduro no podía permitir que la persecución judicial a don Edmundo ensombreciera aún más su ya debilitado crédito internacional. En ese escenario se llevaron a cabo las maniobras diplomáticas que permitieron el exilio del vejete a Madrid con el aparato logístico que se da a un jefe de estado y el colofón de una entrevista del eximio con el presidente del gobierno del país de acogida. Una entrevista, eso sí, sin banderas, guardia de honores, atriles para impartir doctrina ni fogosos apretones de manos: un paseíto y una charla banal y distendida por los jardines del palacio, té y pastas después, como se haría con un abuelo del que celebras que esté vivo y a salvo después de haber pasado por el quirófano.

Cualquiera diría que asistíamos a una impecable operación de diplomacia, con todos los ingredientes de discreción, buena voluntad y efectos beneficiosos, pero eso es no conocer al paisanaje que ocupa las gradas del circo y que no duerme por la noche si no ha habido sangre en la arena. Para estos sedicentes moderados, la operación ha sido un truco para salvar la cara del dictador venezolano, de lo que se infiere que don Edmundo debería haber sido abandonado a su suerte para que su martirio diera la razón a los defensores de ¡la libertad de Venezuela!, y, en la furia derivada de esta frustración, la vocinglera tuna ha forzado una votación en el parlamento para que se reconozca a don Edmundo González como presidente de Venezuela. Si don Sánchez no fuera el felón que es, lo que debería hacer ante este mandato soberano es montar de nuevo a don Edmundo en un falcon de las fuerzas aéreas y devolverlo a Caracas para que tome posesión del cargo que le ha reconocido el parlamento español. En fin, cuando se escriben estas líneas, la suerte de don Edmundo ya no importa a nadie porque lo que se pretendía ya se ha conseguido y la guerra de aspavientos con Venezuela ya ha estallado. De nuevo.

La novedad de este episodio es la incorporación del peeneuve a las filas de la bronca. Perplejidad en el foro porque se considera que los sabinianos son gente seria, así que instintivamente se les atribuye una intención en la trama que, por ahora, es indescifrable. El nacionalismo vasco tiene hondas raíces en Venezuela y eso podría indicar que hay un alineamiento de fuerzas mayor del que sabemos para derrocar a don Maduro. Esta suspicacia se ve abonada si se tiene en cuenta que uno de los más conspicuos militantes del peeneuve es consejero delegado de la principal empresa energética española. Pero, en todo caso, el gesto de los sabinianos puede leerse en clave doméstica: empieza a deshilacharse la red de apoyos a don Sánchez, como ya se ha visto en la desafección de los puigdemonteses catalanes.