La cosa funciona así, según hemos visto en las pelis: dos chicos blancos en busca de turismo de aventuras en el llamado sur global, selvas tropicales, razas exóticas, costumbres misteriosas. Tienen el pasaporte en regla y viajan por países que tienen establecidas relaciones diplomáticas con el suyo, alquilan un automóvil, sus tarjetas de crédito dejan un reguero de huellas por donde pasan y… un día desaparecen. Inquietud en la familia, consultas a las autoridades, mensajes por redes sociales, hasta que llega la respuesta: están detenidos por terrorismo, acusados de planear el asesinato del presidente del país que los recibe. Venezuela no es un país tan organizado como Estados Unidos y en su frontera no se cumplimenta un formulario en el que se pregunta al visitante si viene a matar al presidente la república. De haber sido así, los dos jóvenes hubieran respondido afirmativamente y nos hubiéramos ahorrado el factor sorpresa.

La acusación que cae sobre los detenido exhibe pruebas abrumadoras –fotografías de ficha policíal, imágenes de un alijo de armas, alusión a siglas ominosas, la cia, el cesid-, tan abrumadoras, obvias y oportunas que pueden interpretarse como un montaje. Pero que sea o no una ficción importa poco. Los dos prisioneros son piezas del ajedrez que juegan Venezuela y España. En Venezuela necesitan un complot imperialista para desviar la atención del resultado electoral opaco y presumiblemente manipulado y en España la oposición de la derecha necesita una guerra contra Venezuela para ver si algún obús alcanza a don Sánchez. De momento, el gobierno que preside ya ha tenido que salir a escena para negar que esté implicado en ninguna desestabilización del país hermano. La presunta presencia del cesid español da una pista de que estamos en una  guerra de Gila porque nuestro servicio secreto patrio invierte tradicionalmente sus recursos y su tiempo en asuntos domésticos (cubrir al rey emérito en sus aventuras, espiar a independentistas catalanes o dejarse espiar por Marruecos, entre otras amenidades). En este laberinto de la paranoia, cualquier desbarre es de recibo. Podríamos especular con que don Maduro ha detenido a dos turistas vascos para responder al peeneuve por su apoyo al opositor don  Edmundo González en el parlamento español.

La tentación de galvanizar al buen pueblo con el señuelo de que es objeto de una conspiración internacional es una práctica muy socorrida y en Latinoamérica podríamos decir que es una herencia del numantinismo español. Nada enardece más a los últimos de Filipinas que saberse rodeados, así que don Maduro debe estar atravesando un momento de temblorosa gloria. Tiene un maestro de campanillas: Fidel Castro. Claro que en el caso de Cuba el asedio era (y todavía es) real y Castro carecía de un arma convincente para negociar con el adversario como lo es el petróleo del que Venezuela tiene las mayores reservas del mundo. Apenas iniciada esta guerra de aspavientos que ya ha hecho dos prisioneros hubo contactos inmediatos entre los contendientes para dejar el suministro de crudo fuera del litigio, lo que indica que todavía no han perdido el juicio, a costa de marear a todo dios. ¿No podría haber un intercambio de prisioneros como el que se hizo con Rusia este verano? Los dos terroristas detenidos a cambio de don Feijóo, doña Cayetana, doña Cuca Gamarra y don Esteban González Pons, que estarían encantados en pasar una temporada en la cárcel de Maracaibo para demostrar al mundo la infamia del régimen bolivariano.