No hay día sin ocurrencia. Don Cándido Méndez, ex preboste de la ugeté y ex presidente de la confederación europea de sindicatos, trepa a una caja de embalaje en el speaker’s corner en que se ha convertido la mediosfera y pregona la necesidad de volver al servicio militar obligatorio –la célebre mili, de tan grato recuerdo- para, argumenta, evitar el deshilachamiento de la identidad nacional y potenciar los rasgos que nos unen [sic]. Don Méndez (1952), que por edad debió hacer una mili similar a la de este escribidor, debe recordar que aquello no era sino una condena a dieciséis meses de prisión preventiva, impuesta a todos los jóvenes varones que llevaban el carné de identidad español en el bolsillo.
En aquella desapacible situación no se aprendía nada: ni valores sublimes, como parece ser el amor a la patria, ni a manejar un arma con solvencia, que sería lo propio, ni siquiera a respetarte a ti mismo. La mili era un patio de monipodio en el que advertías la robustez de la división social en clases bajo una autoridad inapelable y te adiestrabas en las habilidades del enchufe y el escaqueo. Aquello era un armatoste punitivo, esclerótico, decadente y ratonero, ideado como un instrumento de opresión, y no hay razón para creer que restaurada será mejor. Don Méndez podría estirar un poco su propia argumentación y responder a un par de preguntas: una, por qué, si la mili prodigaba el aprecio a la identidad nacional y a los rasgos que nos unen, a quienes compartieron rancho con don Cándido les faltó tiempo, en cuanto tuvieron la oportunidad, para urdir una nación como un mosaico de taifas a la que llamamos estado de las autonomías, y dos, por qué los militares profesionales aceptaron encantados que se cancelara aquella institución obligatoria que era un lastre para sus propias carreras.
Bien, la ocurrencia de don Méndez no ha encontrado ningún eco en el gallinero político, lo que no quiere decir que no sobrevuele sobre la agenda pública en estos tiempos de nacionalismos rampantes, derechas engalladas y guerras entrevistas en la bruma del futuro. Pero vale la pena fijarse en una novedad del lenguaje sindical que se encuentra en la propuesta. Don Méndez no olvida matizar que esta renovada mili sería paritaria, es decir, hombres, mujeres y, ya en harina, no binarios/as, etcétera. Pero, ¿son guerreras las chicas, como anunciaba la canción de Coz a finales de los setenta?
Durante un tiempo se creyó que el auge del feminismo convertido en un movimiento de masas y el declive del servicio militar obligatorio eran fenómenos consecuentes. Un mundo con mujeres en los puestos de mando de la sociedad devendría menos belicoso y agresivo. Más feminismo, menos mili. Sería así una liberación que los hombres deberían a las mujeres. Pero esta teoría tiene agujeros, algunos muy visibles: Suecia, un país con un potente feminismo histórico, que no ha evitado el ascenso de los neofascistas, ha reimplantado el servicio militar obligatorio, para no mencionar a las significativas dirigentes de la unioneuropea con mando en la guerra: Ursula von der Leyen (presidenta de la comisión) o Kaja Kallas (acción exterior, llamada el azote de Rusia), que siguen la estela de dirigentes históricas –Golda Meir, Margaret Thatcher- a las que no amedrentó la guerra. La chocante imagen de doña Carme Chacón en avanzado estado de preñez pasando revista a la tropas en su condición de ministra del ejército (2008) era premonitoria y no lo sabíamos porque nadie creía que llegaríamos a vivir una guerra en la que ya estamos.
El servicio militar obligatorio que postulan don Méndez y otros procede de la noción de pueblo en armas, acuñada durante la Revolución Francesa (La Marsellesa), y tiene un sentido de urgencia y eminentemente defensivo. En los conflictos bélicos del pasado, las mujeres eran las víctimas de las tropas atacantes o invasoras cuando estas habían roto el frente y derrotado a los hombres que lo defendían, así que su incorporación a la lucha armada era una cuestión de supervivencia. Pero ¿qué ocurre en las guerras informatizadas como la de Gaza, en las que mujeres, niños y hombres son víctimas al mismo tiempo y bajo la misma bomba? ¿Nos librará el feminismo de la militarización universal? He aquí una pregunta que deberán hacerse nuestros hijos/as y nietos/as.