El premier británico, míster Starmer, visita el continente para restaurar las relaciones con su ex después del fatigoso bréxit. No habrá vuelta a la situación anterior (reset, lo llaman ahora) como hacen algunas parejas que se casan por segunda vez, pero es imposible ocultar que ambas partes comparten espacio e intereses patrimoniales. Los objetivos del socialista  Starmer son los mismos que los de los alocados conservadores que provocaron el divorcio, pero espera conseguirlos con más tacto y sin incomodar a la contraparte, a saber, libre comercio sin unión aduanera ni legislación común y cooperación en materias que las circunstancias hacen indivisibles, como la inmigración y el desafío climático.

Por ahora, el premier británico aspira modestamente a celebrar acuerdos que parecen de poca monta pero muy friendlies y de alto valor simbólico, como facilitar la circulación por la de las bandas de música procedentes de la isla. Frau Von der Leyen, en su función de ama de llaves de la casa europea, ha destacado que el alineamiento del reinounido y la unioneuropea en materias como la seguridad y la defensa [sic] proporcionará una buena base a partir de la cual impulsar las relaciones en otros ámbitos, lo que traducido al romance significa que la guerra une mucho y lo demás vendrá por añadidura.

La unioneuropea es una esperanza en declive. Las perplejas y atemorizadas sociedades nacionales que la forman empiezan a creer que el cielo cae sobre sus cabezas y nada hay más convincente que esta creencia para macizar la cohesión de la aldea, como sabemos de haber leído las aventuras de Astérix y Obélix, y para eso se inventa la poción mágica y la bomba atómica. El jeroglífico de dos guerras tan inesperadas y alejadas entre sí como Gaza y Ucrania empieza a cobrar sentido si se nos advierte que Rusia e Irán, dos imperios históricos, son compañeros de armas en un mundo multipolar en el que la superficie del planeta común se fragmentará en áreas de influencia y las democracias liberales (ay, nosotros) tendremos que combatir a todos las demás, en el mar del sur de la China, en el Golfo Pérsico, en las llanuras de la Galitiza austrohúngara, en las playas, en los campos y en las calles, y nunca nos rendiremos, como predicó Churchill y ahora nos recuerda el brioso don Aznar.

Una vez iniciada, la guerra, como cualquier otra actividad dinámica, requiere no perder el ritmo, hasta la meta. La guerra de Ucrania ha entrado en lo que parece una fase de estabilización de los frentes, como si los contendientes no supieran qué hacer o no tuvieran fuerza para hacerlo. Don Zelenski pide más armas y don Putin espera. En Oriente Próximo, en cambio, parece que todavía no se ha perdido el resuello. Don Netanyahu no está dispuesto a pasar a la historia solo como el genocida de Gaza y ha ampliado la guerra a Líbano, al que destruirá y, ya puestos, ha amenazado a Irán para convertir su vendetta sobre los palestinos en una guerra de primera división. En el orden mundial naciente, el secretario general de las nacionesunidas se ha convertido en un forajido.

La historia se reanuda, después de que nos quisieran hacer creer que había llegado a su fin hace tres décadas, y se reanuda como siempre, a causa de una crisis económica global. En el siglo pasado fue el crash de 1929, y en este, la quiebra de 2008. Luego contaremos los muertos y nos lameremos las heridas pero, por ahora, dejémoslo aquí, que tenemos que cavar un búnker antinuclear en el jardín.