Encuentro con una vecina del barrio, en la remota provincia subpirenaica. Se la ve contenta y nos cuenta que a su marido le han operado de cataratas. Estupendo. Pero no creáis, añade, han tardado lo menos mes y medio en llamarle para la operación. El chistoso del grupo apostilla, como en Nigeria. La mujer le mira como si hubiera recibido una revelación. Pues, sí, como en Nigeria, subraya, y en ese instante se entrega a una perorata de agravios sobre el funcionamiento de la sanidad pública, los nigerianos que vienen aquí a operarse de cataratas, esto y lo otro, que de milagro no termina denostando de ese Sánchez.

En Wisconsin se han tomado la revancha por la tardanza en operar de cataratas al marido de la vecina y han votado al ogro de la cabeza colorada. Si el estado del bienestar no funciona, mejor dinamitarlo y eso es lo que ha hecho una alianza de matones enriquecidos y de infelices maltratados y resentidos. Las elecciones norteamericanas han cancelado no menos de dos tercios del articulado de la Constitución española, que define el régimen político del país como un estado social y democrático. ¿Social? Vamos, anda. La sociedad no existe, existe el individuo, como dijo la señora Thatcher, la abuela genética de míster Trump con el que sin duda se hubiera llevado de mil amores.

Véanlo por el lado bueno. Si los amigos españoles de Trump estuvieran en La Moncloa, cosa que hoy tiene más probabilidades de ocurrir que ayer, nadie hubiera arrojado barro a los reyes en Paiporta. De hecho, tampoco habría polémica alguna sobre la gestión de la crisis y las ayudas a los damnificados; ni siquiera habría gota fría, ni cambio climático. En 1957, el río Turia se desbordó y arrasó la ciudad de Valencia. La autoridad competente mandó al ejército, que entonces era de recluta obligatoria, organizó una corrida de toros para recaudar fondos y los pupilos de las Escuelas del Ave María en la Rochapea se sumaron a la movilización de ayuda enviando a la zona del desastre los tebeos que ya habían leído y la ropa que ya habían usado. Entonces no había chiringuitos para administrar los servicios públicos y vivíamos tan ricamente en estado de naturaleza. Nadie se quejaba aunque la sanidad pública no operara de cataratas.

Los norteamericanos han votado contra su sistema político. El ogro de la cresta anaranjada ha engullido al partido republicano, el partido de Abraham Lincoln, y ha reducido a la inoperancia al partido demócrata, el partido de Franklin D. Roosevelt y de los derechos civiles. A escala europea, los conservadores hacen concesiones y pagan diezmos a los neofascistas para seguir en el poder (ejemplo: la comunidad valenciana) y los socialdemócratas están anulados. Las cifras macroeconómicas no interesan al buen pueblo y las mejoras puntuales a través de subvenciones, concertaciones laborales y apoyos al consumo no tienen ningún efecto político (tome nota, doña Yolanda). La globalización neoliberal ha ampliado la brecha entre poseedores y desposeídos a un nivel, diríamos, ontológico, imposible de acortar por los meros mecanismos del estado del bienestar. El mercado en su fase paroxística crea caos y entre los ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres se ha creado un vacío, un descoyuntamiento de la sociedad que el buen pueblo cree que solo puede resolver un líder fuerte y un gobierno autoritario. Ya ocurrió hace un siglo en Europa y es tema del currículo en enseñanza secundaria, pero a quién le importa.

Una de las armas diplomáticas más eficientes de Trump es su cercanía a los dictadores del mundo, estén al mando o aspiren a ello, a los que sinceramente admira. Que un dictador admire las dictaduras va de suyo pero que a millones de pringadillos les parezca maravillosa esta solución es un misterio que no puede explicarse con generalidades. La palabra democracia ha quedado desacreditada desde que se le añadió el adjetivo liberal y los ricos verdaderamente ricos como Musk o Bezos lo han detectado de inmediato y no les ha costado nada ponerse al servicio del nuevo orden. El buen orden de siempre. Los trabajadores blancos del cinturón del óxido tal vez no recuperen el empleo (de hecho, no solo no lo recuperarán sino que tendrán que pagar más caro el coche que ya no fabrican) pero les queda el consuelo de que podrán dar una mano de hostias a su mujer cuando sea necesario sin que las feminazis tengan oportunidad de denunciarlo. Yo cuidaré de vosotras aunque no queráis, les ha dicho a las chicas el ganador de las elecciones.