En Rusia se echa en falta una reflexión sobre el estalinismo, como sucedió en Alemania con el fascismo. Esto solo lo han hecho un pequeño grupo de intelectuales rusos. (Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer).
El final del comunismo marcó también el principio de la memoria. La verdad de este postulado resulta evidente en los antiguos países comunistas. (Tony Judt. ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa).
El olvido, y yo diría incluso el error histórico, son elementos esenciales en la historia de una nación, y el progreso de los estudios históricos constituye por tanto una amenaza para la identidad nacional. (Ernest Renan. ¿Qué es una nación?)
Pilar Bonet es, sin error ni riesgo de exageración, la mayor experta del ámbito periodístico español en Rusia, donde ha ejercido de corresponsal de El País durante treinta y cuatro años. y es autora de un libro de reciente publicación sobre ese laberinto sangriento cuya onda expansiva amenaza a toda Europa. El pasado martes 26 intentó responder a una pregunta con la que tituló sus argumentos: ¿qué podemos aprender de la guerra de Ucrania? La pregunta alienta la esperanza en unos días en que la imaginación popular está afectada por la amenaza de la deriva hacia un conflicto nuclear: en el turno de intervenciones del público una asistente al acto sugirió que Putin podría arrojar una bomba atómica sobre Zaragoza. La ocurrencia fue recibida por el público con una incómoda sonrisa. Pocas bromas.
La argumentación que expuso Bonet descansaba en que la guerra de Ucrania es un efecto de la desaparición de la Unión Soviética, que los países occidentales recibieron con tanto alborozo como sorpresa porque tuvo un carácter indoloro, pacífico, tanto más si se compara con la sangrienta desaparición de Yugoslavia por las mismas fechas. Esta especie de placidez ocultaba las tensiones habidas tanto en Rusia y Ucrania como en otras repúblicas de la extinta Unión; extinción por otra parte acordada y querida por los gobiernos de las tres repúblicas eslavas (Rusia, Bielorrusia y Ucrania). La ponente no duda de que Rusia ha agredido y ocupado un estado soberano, y en ese sentido su responsabilidad política e histórica es inequívoca, pero, a su juicio, en estas sociedades enfrentadas ha faltado un tiempo de maduración y reflexión para asumir todas las consecuencias de la extinción de la Unión Soviética, en la que las actuales repúblicas soberanas eran parte de una entidad unificada que produjo imbricaciones muy profundas entre ellas. La guerra obliga a rechazar estos nexos en ambos bandos porque para fundamentar su propia cohesión necesitan negar al contrario.
En el turno de intervenciones del público, unas asistentes ucranianas replicaron a la ponente enfatizando los argumentos, ciertos pero parciales, de lo ajenas que son Ucrania y Rusia y, lo que es más obvio, que la primera es la víctima y la segunda la agresora. Es difícil rebatir argumentos que se hacen desde el dolor y la pérdida, convertidos en emociones en carne viva, pero Pilar Bonet consiguió que venciera la empatía con sus interlocutoras. A preguntas del público sobre la probabilidad de una fuerza de oposición al actual liderazgo del Kremlin, se mostró pesimista por la desmesurada represión a cualquier forma de disidencia, por mínima que sea.
El resplandor de la guerra en Ucrania nos trae la desalentadora noticia de que el tiempo de la razón ha sido arrollado por la razón de la fuerza. El monologo interior de este oyente le lleva a pensar en lo que en la España franquista se llamaba el espíritu nacional, esa congelación de unos pocos tópicos históricos que fundamentan una noción del país, paticorta, opresiva y reaccionaria, y tal vez sentirse ruso signifique creer que Rusia solo puede ser bien gobernada por un poder fuertemente centralizado y autoritario -una autocracia, en resumen- que aliente una desconfianza insomne hacia sus vecinos occidentales. Si es así, y hay datos históricos para abonar esta creencia, la guerra en Ucrania va a ser interminable, aunque quizá, con suerte, no siempre cruenta.
(En la imagen de cabecera, Pilar Bonet, cortesía de Diario de Menorca)