Por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada 50 años. (General Baldomero Espartero, regente de la monarquía de España, 1842).
La derecha española, donde anida el macizo de la raza, es anticatalana de manera natural, espontánea, instintiva. La famosa frase de Espartero duerme un sueño inquieto en todos los colores del conservadurismo y la reacción patrios. La mala noticia para todos es que ni España puede domesticar a Cataluña, ni Cataluña puede desprenderse de España y cuando las ensoñaciones nacionalistas de uno y otro lado pierden fuelle, hay que volver a la única cancha compartida e inmutable: la lucha de clases. La derecha con la derecha y la izquierda con la izquierda. Los poseedores contra los desposeídos. Este retorno al campo prístino de la política no es fácil si, como ocurre ahora, salimos de un periodo de fervorina identitaria que los jugadores en pugna todavía no quieren sacudirse de encima para no perder músculo, aunque sea un músculo que más parece un globo deshinchándose y volando a lo loco por el escenario.
Dicen que don Feijóo ha dejado de usar el pinganillo de la traducción simultánea cuando en el congreso está en el uso de la palabra doña Miriam Nogueras, la portavoz puigdemontesa. Quiere familiarizarse con la lengua de Josep Pla y Mercè Rodoreda, por citar dos clásicos contemporáneos, si bien doña Nogueras se lo pone fácil porque ella misma no desdeña la lingua franca en clave tabernaria que entiende cualquier habitante de la península y que de oficio constituye el repertorio léxico de nuestra amena derecha: mueva el culo, don Sánchez y cumpla lo acordado. El lector puede comprobar el éxito de este estilo oratorio en la prensa madrileña de extrema derecha, si no es una redundancia, gugleando la expresión en internet. Si doña Nogueras encuentra un eco laudatorio en okdiario y compañía puede asegurar que está por buen camino. Claro que la conminación juntista arrastra la fastidiosa coletilla de cumplir lo acordado, algo que el gobierno de Madrid no consigue nunca para los nacionalismos periféricos, cuya existencia se basa en una deuda interminable del estado con esos territorios. Pero de eso hablaremos otro día.
En su encomiable esfuerzo lingüístico, don Feijóo ha descubierto que ciertos latiguillos de jerga pujolesca –fer país, anem per faïna, peix al cove– no solo significan lo mismo en castellano sino que reflejan una weltanschauung (palabra gallega, que puede encontrarse en el diccionario de esta lengua) aplicable a todas las derechas, que tan necesitadas están de cierto fundamento retórico ante la ofensiva del lenguaje zafio y brutal de los voxianos, que ha contaminado a la ogresa doña Nogueras.
Claro que no se trata solo de un cubileteo de palabras ni de la adopción de un habla más pulida. Don Pujol entendía que la construcción nacional de Cataluña era sinónimo de bonanza para los negocios y singularmente los suyos, pues no en vano era el artífex màxim de la obra. Cuando llegó la crisis y se acabó el circulante, la fórmula pujoliana colapsó, su heredero don Artur Mas dio un paso a un lado, como se dice, y dejó el mando en manos del neocarlista don Carles Puigdemont. Tampoco es un movimiento inédito en la historia. Cuando una crisis sacude al capitalismo vigente, los capitalistas la perciben en los libros de contabilidad pero las clases menestrales sienten el temblor del suelo bajo sus pies: el salario o las modestas rentas amenazadas, la casa familiar pendiente de desahucio, los ahorros y las rutinas del bienestar conseguido mermados. Es momento de encontrar un adversario identificable –Espanya ens roba- y de ensayar una asonada que nos libre del peligro. La historia del país es pródiga en asonadas, entre las que las carlistadas son las más familiares y las que el buen pueblo contempla con mayor tolerancia. Los intentos judiciales de imputar a don Puigdemont por delitos de terrorismo o traición para dejarle fuera de amnistía han fracasado porque el imputado es tan ibérico como el jamón pata negra o los toros de Guisando. Ahora, fallida la asonada y en gran medida neutralizada la ofensiva judicial, el problema para la derecha es reconvertir a un típico caudillo carlista como don Puigdemont en un típico fenicio catalán. Encontrar el momento y el punto para escenificar otra vez el abrazo de Bergara.
Las derechas occidentales, no solo en España, coinciden en dos principios básicos e irrenunciables: la rebaja de impuestos y el rechazo a la inmigración. En ambos frentes las derechas españolas han realizado progresos: han hecho piña contra el impuesto especial a las energéticas y han dificultado hasta hacerlo imposible un acuerdo de estado para el alojamiento de menores inmigrantes. Ambos campos de encuentro son de tono menor pero dan noticia de la concurrencia de estrategias en pos del encaje de los intereses del bolsillo y la retórica patriótica. No parece una tarea fácil pero ¿quién iba a imaginar hace solo unas semanas que don Feijóo y don Puigdemont terminarían cortejándose y el peeneuve oficiaría de dama de compañía en el cortejo para defender los intereses de repsol?