El año empezó con una gresca teológica. Podría haber sido de cualquier otro género –judicial, financiero, deportivo- porque la gresca es en este tiempo y en este lugar un signo de normalidad, pero, bueno, el azar ha decidido que la bronca fuera teológica. La cómica Lalachús, nueva reina televisiva de las campanadas de nochevieja, exhibe en cierto momento de su intervención una típica estampita del corazondejesús con la cabeza bovina del icono de un afamado programa de televisión. No era fácil interpretar el significado del gesto, y menos para un viejo absorto en deglutir las uvas sin atragantarse, pero era imposible no advertir que se anunciaba el comienzo de una gresca y, en efecto, las brigadillas inquisitoriales de guardia permanente tardaron nada en anunciar una demanda ante los tribunales contra la presentadora, su compañero de programa, la televisión pública y su director por delito de odio contra los sentimientos religiosos. Por un solo paso en la jerarquía de responsabilidades la demanda no alcanza al presidente don Sánchez, el objetivo último de estas aventuras judiciales.
Al parecer, la estampita del corazondejesús con diferentes cabezas es una representación habitual en el lenguaje de la cultura pop y numerosos personajes públicos, reales o figurados, han aportado su rostro al cuerpo del hijodediós –doña Ayuso, entre otros- sin que hubiera ni protestas ni demandas ante los tribunales. En esta ocasión, sin embargo, la acción de los inquisidores ha conseguido que un obispo se sume a la causa y con ayuda de Cicerón tremole en la red social de Musk: ¡hasta cuándo se aprovecharán de nuestra paciencia! Es una pregunta sin respuesta por ahora pero podemos imaginar el contexto de este límite a la paciencia de los obispos pensando en que los tiempos de Cicerón eran más sangrientos que estos, por fortuna para todos.
No sabemos, y el obispo hiperbólico tampoco, cómo podría detenerse la pérdida, constante y acelerada, del dominio del calendario festivo que en el pasado tuvo la iglesia en régimen de monopolio y del que puede decirse que ostenta los derechos de autor. El paisaje que tienen en la cabeza los brigadistas inquisitoriales es el nacionalcatolicismo de cuyo final se cumple este año medio siglo. ¿Y hay alguien que quiera volver allí? A los de la generación madura nos basta pensar que de haberse prolongado aquella circunstancia en el tiempo no habríamos podido ver La vida de Brian.
Expertos en asuntos de tribunales coinciden en que la estampita de Lalachús no es un delito y las probabilidades de que la denuncia termine en sanción penal son cercanas a cero, habida cuenta los precedentes, pero también advierten que el objetivo no es una condena sino el daño reputacional sobre los demandados y los efectos en su imagen pública y en su carrera. La demanda, debidamente publicitada y en manos procesales de un juez bien peinado auguraría un largo periodo de descrédito para los acusados, destinado a su destrucción profesional y cívica, y colateralmente serviría para acotar la libertad de expresión y condicionar su ejercicio.
Si los activistas inquisitoriales quieren ampliar su campo de actuación pueden mandar a un explorador a ver Cónclave (Edward Berger, 2024), una sugerente, piadosa y diríase que conservadora película, actualmente en cartelera, en la que el colegio cardenalicio de la iglesia católica elige a una persona transexual como papa de Roma. Desvelado el final, hay que aclarar que en la película no hay un ápice de parodia o de provocación. La historia discurre como podría imaginar cualquiera medianamente informado sobre lo que ocurre en este excepcional conciliábulo, en el que la solemnidad del ritual y la trascendencia del resultado están atravesadas de cabildeos, pujas y maniobras como en cualquier grupo corporativo abocado a la elección del líder. El tono del relato es sutil, alfombrado, pero sobre la interacción de los personajes y la retórica de sus discursos y conversaciones planean oblicuamente tópicos de interés universal: el celibato clerical, el lugar de las mujeres en la iglesia, la diversidad cultural de las comunidades católicas, la tolerancia o su contrario ante otras religiones, todo en un contexto de urgente actualidad donde están presentes los dispositivos móviles y los atentados terroristas. En cierto punto, la trama adquiere recursos de relato policial para aclarar las sombras que rodean a los aspirantes al cargo pero el final sigue siendo tan misterioso como el principio. Un católico ortodoxo podría decir que ha sido el espíritu santo el que ha conducido la elección y sería difícil rebatirlo. Este espectador se extrañó de que a la puerta del cine no hubiera una tropilla de integristas rezando el rosario y amenazando con el infierno a los que compraban entrada. El público, como es usual, era más viejo que joven y podemos apostar a que una parte de él había pasado en su juventud por el seminario o el convento.