El viejo tiene un hábito que le ayuda a conciliar el sueño. Cada noche, antes de acostarse, ve una peli antigua que extrae del inabarcable repositorio de una plataforma digital. Es una plegaria a los dioses que preservaron su inocencia durante la infancia y juventud, antes de que la realidad le cayera encima. La elección del título es aleatoria a partir de un recuerdo, una ocurrencia o una asociación de imágenes que emerge del vacío mental. La pregunta que le asaltó la otra noche fue, ¿cuántos personajes exóticos ha interpretado Anthony Quinn?
La respuesta le llevó a un bodrio interpretado por este actor y Bo Derek, una rubia de formato hollywoodense a la que su marido el director John Derek chuleó presentándola como un insulso juguete erótico en dos o tres películas de los años ochenta. Los primeros minutos del metraje confirman que la bajísima calificación otorgada por los usuarios de la plataforma (2,6 sobre 10) es justa, y la misma plataforma califica la peli de terrible y desastrosa. Pero el viejo no se arredró; primero, porque no le gusta dejar sus empeños cinéfilos a medio camino y segundo, porque las películas aburridas estimulan el sueño.
La historia versa sobre un gran empresario (Quinn), casado con la chica rubia (Derek), que se suicida cuando le diagnostican una enfermedad terminal porque admira a Hemingway, pero su fantasma queda flotando por ahí ejerciendo su influjo sobre la viuda a la que sigue amando sin poder consumar su amor porque, como explica el título del engendro, Los fantasmas no pueden hacerlo. La película avanza, la somnolencia también, hasta que la chica hereda el emporio empresarial del difunto y debe defender sus derechos ante unos voraces predadores financieros con los que tiene una reunión en un garito de Hong Kong, y en la mesa del encuentro se sienta ¡Donald Trump! La modorra del espectador desapareció al instante. El diálogo de la escena, literal, es un borrador del programa de gobierno del que será presidente de los Estados Unidos tres y pico décadas después, es decir, dentro de unas horas.
Reconozco que este no es un trabajo para mujeres, dice la chica rubia para presentarse. Trump sonríe condescendiente. Usted debe ceder, conmina a la chica un chino que también está en la negociación. ¿Ceder? ¿Quién carajo se cree usted que es?, responde la chica, inspirada por el fantasma del difunto marido que le dicta lo que debe decir. ¿Qué tiene que ver esto con lo que estamos discutiendo?, interviene Trump cuando el protagonismo de la reunión se aparta de él. Diles que nos vamos, que guarden sus cuchillos y vuelvan a casa, ordena el fantasma a su chica. Guarden sus cuchillos, ninguno está tan afilado como para dañarme. Y créanme: está ciudad será reducida a polvo antes de que puedan conmigo, proclama la chica enardecida por el fantasma. En esta habitación hay cuchillos tan afilados como para cortarle a usted los huesos y corazones lo bastante fríos como para comerse el suyo como aperitivo, subraya Trump con rostro impasible. Es usted muy mono para ser tan malo, le responde la chica. ¿Usted cree?, replica Trump con gélida sonrisa de conquistador.
Fin de la escena del garito, el primer asalto al emporio de la chica y de su fantasma. Los malos quieren matar a la chica en una piscina donde se las apaña para estar sin ropa, pero el fantasma la salva. Siguiente escena, de nuevo a la mesa la chica y Trump, los dos solos, sin chinos que han sido derrotados y sin la fastidiosa presencia de Quinn el fantasma. He ganado, dice la chica en busca de la aprobación de su interlocutor. Pues sí, concede Trump. Leí su libro y he ganado, obsequia la chica al macho. Estuvo muy bien, dominó la situación, puntea Trump. De modo que dominé la situación pero no a usted, reconoce melosa la chica. Eso es, zanja Trump. Creo que usted está jugando conmigo, zigzaguea la chica. ¿También se ha dado cuenta de eso?, coquetea Trump para que no quede ninguna duda de su superioridad sobre la tontita.
Es convincente la idea de que el cameo de Trump, derivado de alguna aportación económica a tan calamitosa producción, lo escribió él mismo o bajo sus órdenes porque no tiene ninguna relación con el resto de la trama y es el único machote de la historia que no mariposea alrededor de la chica ni aparece como un estúpido o un delincuente. Trump ha aparecido representándose a sí mismo en otras películas, incluida alguna de Woody Allen, lo que revelaría su irrefrenable vocación por el espectáculo, que él maneja con reconocida destreza. Mañana será protagonista de una escena de interés planetario y de una historia para no dormir.