Es un adjetivo en desuso, de cuando los individuos y su comportamiento tenían una influencia determinante en el devenir de los hechos. Un tiempo ya remoto en que se podían escribir libros de historia o novelas policíacas que se explicaban por el carácter de los personajes que participaban en ellas. Ahora, en este tiempo de redes telemáticas, fuerzas impersonales y modas globales, el cazurro y sus acciones resultan irrelevantes y quienes encarnan este carácter parecen menos agentes de una trama real que figuras de un teatrillo: un comediante que representa al cazurro. Y, sin embargo, el cazurro existe, por carácter y por vocación.
Don Quim Torra, presidente de la Generalitat catalana, es un cazurro. Las tres acepciones que da el diccionario rae de la palabra le cuadran, lo cual es rarísimo porque lo normal es que las acepciones de un término sean excluyentes entre sí o como mucho solo tangenciales pero en este caso –nueve adjetivos en total- le son pertinentes por completo. A partir de este descubrimiento, la primera pregunta sin respuesta es cómo y por qué una sociedad como la catalana, desarrollada, culta, bienestante, cosmopolita y en buena medida dotada de un alto concepto de sí misma, ha llegado a elevar a su máxima representación a un tipo malicioso, reservado, tosco, torpe, lento de entendederas, por mencionar algunos de los adjetivos que podrían imputársele con el diccionario rae en la mano.
Ha sido el amigo Quirón quien me ha hecho ver esta mañana que don Torra había seguido el consejo de la revista satírica El mundo today para burlar el mandato de la junta electoral, que exige la retirada de los famosos hasta el hartazgo lazos amarillos en los edificios oficiales. En efecto, la revista profetizaba que don Torra iba a sustituir los lazos amarillos por otros en los que se exigía la vuelta de los lazos amarillos, y eso es lo que el ingenioso molt honorable ha hecho. Podemos imaginar a don Torra con la cara iluminada por una sonrisa socarrona (otra palabra en desuso), celebrando su retranca, mientras lía la picadura de tabaco en papel de fumar, sentado junto al crepitante hogar de la masía. La cazurrería es retardataria, ensimismada y liosa, propia de quien cree que vive solo en el mundo y recela y desprecia cualquier otra voz que no sea la suya. A fuer de sumergirse en sus raíces, los catalanes han logrado derruir el edificio histórico que ellos mismos levantaron durante siglos, todo por lo que Cataluña es admirada. No es justo, en primer lugar para los propios catalanes, que el mensaje que nos llega de ellos sean las argucias de un cazurro.