El emperador ha decidido introducir a la pretendiente en sociedad, y hacerlo personalmente y a lo grande. No es para menos. La dama viene ornamentada de títulos nobiliarios y académicos y hace gala de un afectado acento dizque argentino, que no lunfardo, y su mensaje en tierra de misión es inequívoco: cárcel para los caciques indígenas levantiscos y derogación de su autogobierno. Más que un candidata electoral en Barcelona, doña Cayetana de Esto y de lo Otro parece una virreina rollo te vas a enterar Montezuma, que dijo Hernán Cortes, de moda esta temporada. Para dar empaque a la entronización, la candidata/virreina se presenta secundada por una corte de postín: consejeros aúlicos como Fernando Savater, Félix Ovejero o Andrés Trapiello, una azafata de vitola con experiencia cortesana, Rosa Díez, un bufón, Albert Boadella, y un ex sindicalista de dos metros de altura, José María Fidalgo, en representación de las clases obreras y menestrales. Pocas bromas con esta tabla redonda de luminarias, que algún chusco estaría tentado a calificar de convite de cuñados. Las coronaciones se hacen para acoquinar al pueblo, no para ganar votos en una tenida electoral, y la virreina y su séquito lo saben.
La paradoja reside en que esta corte representa a un partido nacional que no tiene presencia significativa en Cataluña y no hay esperanza de que vayan a mejorar su posición con esta pompa. El estentóreo mensaje, pues, no va dirigido a los catalanes levantiscos, que están en tan alicaído estado que doña Cayetana Etcétera es para ellos el maná que da sentido a la travesía del desierto. Con sus prebostes en el banquillo de los acusados o agazapados en algún lugar allende de las fronteras del reino, los indepes están en modo martirio y ya solo les faltaba la amenaza de ver a la marquesa sentada en el trono de Sant Jaume para que acudan en tromba a las filas de els matiners. Pero el juego de tronos que se trae en Cataluña la derecha española no busca derrotar al independentismo en su terreno sino resolver un problema dinástico, la clase de asunto que menudea en la historia del país, ahora que nos invitan a una descabellada maratón hacia el pasado en busca de las fuentes originarias.
La actual virreina de España en Cataluña es doña Arrimadas, muy en el papel. El otro día pidió de manera perentoria e inapelable el ostracismo de un competidor electoral: que le corten la cabeza, como dijo otra reina de fábula. Dictó la sentencia desde una tribuna en Teruel, en el corazón de la España vacía, explicando así involuntariamente por qué está vacía. España y la cabeza de quienes aspiran a gobernarla. Entretanto, la intención de voto cae mansamente, como lluvia primaveral, en el estanque de don Sánchez del que aún no sabemos si es muy listo o tiene mucha suerte. Ya veremos.