Historias del fuerte, 3
Se admiten apuestas: ¿qué ocurrirá antes, la salida del Reino Unido de la unioneuropea o la descomposición de esta? Los separatistas en general (los británicos en primer término, pero también los catalanes) tienen un problema serio: no saben qué hacer al día siguiente de haber dado la señal para la estampida. Pero también los unionistas tienen otro problema de similares dimensiones: no saben cómo persuadir a los desafectos para que permanezcan en el corral. La crisis que estalló en dos mil ocho rompió el optimismo incubado en los felices noventa, y, lo que es peor, el consenso en el que se basaba aquel optimismo. Las devastadoras políticas de austeridad implementadas por los poderes comunitarios (léase Alemania y las oligarquías financieras) nos cambiaron el carácter a todos y los europeístas quedamos demudados, es decir, sin muda de repuesto ante la ofensiva euroescéptica, y así acudimos a las próximas elecciones europeas, con un mano sobre nuestras vergüenzas y la otra en el gesto del dedo corazón montado sobre el índice implorando al destino buena suerte. Los socialdemócratas (dios, qué ternura producen) insisten en la urgencia de hacer una ué más social pero se empieza a imponer desde las rampantes filas neoliberales la doctrina de que la causa del desafecto no es económica sino cultural, un término más noble que identitario, y, si es así, estamos apañados, porque la cultura no es más que el cultivo de los demonios interiores, como nos demuestran cada día los voxianos. Recuérdese aquella sentencia sobre Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y el reloj de cuco enunciada por Harry Lime, el villano de El tercer hombre, entre las ruinas de Europa.
Por ahora, los europeístas no tenemos más aliado que el caos. Las continuas prórrogas para que Reino Unido ejecute de una vez su bréxit tienen una doble función. Por una parte, evitar que el caos que reina en la política británica caiga sobre nuestras cabezas; por otra, que sirva de ejemplo a los euroescépticos que quieran intentar algo parecido en el continente. Pero, ¿qué ocurre cuando el caos se normaliza y la sociedad, adaptativa por naturaleza, no lo percibe como un problema sino como una oportunidad o, mejor aún, como un statu quo? Confiar en la evidencia de los hechos como argumento no es buena política porque ignora que todo acontecimiento es un mensaje que admite diversas interpretaciones. Don Rajoy creyó que la carrera independentista de Cataluña la frenaría el absurdo que llevaba en su seno, y aún estamos en esas, y lo que queda. ¿A qué van al parlamento de Estrasburgo los eurodiputados británicos que se elijan en estas elecciones y que deberán dejar el escaño a finales de octubre?, ¿a despedirse?, ¿a hacer turismo?, ¿a hacer proselitismo por el abandono de la ué?, ¿a documentar lo que queda después de la batalla?