Doña Ayuso y doña Aguirre son organismos vivos de la misma especie. La primera se crió en el ecosistema creado y gobernado por la segunda, una famosa charca de ranas donde también habitan libélulas. El fenotipo de ambas contiene rasgos asombrosamente iguales: damas desparpajadas, extrovertidas y resueltas, inmunes al fango sobre el que revolotean y en el que plantan el nido. Doña Ayuso aspira al puesto de reina del enjambre que ostentó con gran relumbrón doña Aguirre y ya trae consigo los huevos de la corrupción. En el pepé madrileño la corruptela equivale a un rito de paso; no te admiten en el biotopo si no has demostrado capacidad para trincar de la caja del común. Como en cualquier especie viva en cualquier estadio de la evolución, tanto haces, tanto vales y, si aspiras a la dirección del grupo, has de demostrar autoridad y competencia en aquello a lo que el grupo se dedica. Los números de la cuenta corriente opaca o de los registros de la propiedad irregulares son los delicados trazos y colores identificativos que esta especie, una variante genuinamente madrileña de la gran familia de los liberales, que ha convertido en un fósil de dinosaurio al viejo caciquismo rural de la derecha.

La llegada de doña Aguirre significó una intrusión en el ecosistema análoga a la de avispa tigre; los lugareños estaban acostumbrados a las picaduras de la avispa local pero quedaron estupefactos ante el impacto y las consecuencias de la recién llegada.  La plaga se inició hace dieciséis años  con un acontecimiento entonces inédito y que ha quedado para la historia con un nombre castizo que no hace justicia a sus dimensiones y consecuencias: el tamayazo, equivalente al choque de un meteorito sobre la capital del país. Cambió la fisonomía del ecosistema e inició una nueva era de manos libres y riqueza desbocada. El término corrupción, estrechamente moralista, resulta insuficiente para describir este explosivo estado de cosas en el que todos los desmanes son posibles y que en los madrileños produjo un efecto euforizante que aún no se ha disipado, a juzgar por los resultados electorales que han cosechado las pepéridas. No es un fenómeno raro ni desconocido; en épocas catastróficas crecen los saqueadores porque se extiende la creencia de que hay botín para todos.

Y así hemos visto como las promesas de regeneración y saneamiento de la charca han mudado, visto y no visto, en una continuidad reforzada de la situación anterior. Dos rasgos comunes identifican a la derecha trifásica en que se ha fracturado la antigua y robusta especie pepérida, a saber, la rebaja de impuestos hasta un nivel de libertinaje fiscal para que haya más dinero en el bolsillo, que es donde mejor está el dinero, según su repetida doctrina y su acreditada práctica, y una recentralización administrativa del país dirigida a aumentar los recursos de la capital en detrimento de las provincias. A este fin, no es incongruente ni chistoso que el predador alfa de los voxianos se haya criado en un pesebre provisto por doña Aguirre en Madrid y ahora proponga suprimirlos solo en las autonomías.