Doña Ayuso será la presidenta de la comunidad de Madrid, como estaba previsto, después de unas semanas de falso suspense en las que la derecha trifásica se ha comportado como si estuviera en una partida de billar trucado, de bolas que fingen repelerse cuando en realidad se atraen. Madrid es el territorio más poblado, compacto y rico del país, la joya de la corona del experimento neoliberal español, un paraíso fiscal en medio de la España vacía, una caldera radiactiva para la izquierda cuya consunción empieza siempre en ese punto del mapa en que se ha instituido la tradición de ser gobernado por damas bobas (una caracterización tradicional de nuestro teatro) ungidas por una mezcla irresistible de fortuna y desparpajo. Doña Ayuso hizo una campaña electoral sembrada de gansadas, destinada al parecer a no perder la comba de los telediarios y de las redes sociales. La plebe quiere entretenimiento y ella lo dio con generosidad y sin afectación. Es una chica simpática de fiesta de colegio mayor con la intrepidez de un guerrero ninja, que parece traer aprendido el manual heredado de sus antecesoras en el cargo, ambas empapeladas por corrupción. La heredera del sillón llega a la faena con la marca de la estirpe. Grandes negocios, grandes corruptelas; quién algo quiere, algo le cuesta.
La nueva presidente está, sin embargo, en la onda de este tiempo paródico, de memes, influencers, trendings, tremendings, strambotics y otros palabros deliberadamente grotescos, de un lenguaje creado no para significar sino para impactar en la atención de un público desafecto y distraído, que oscila entre la curiosidad y el hartazgo, entre el desasosiego y la furia. Navegamos en una patera de rumbo incierto y estructura frágil y un payaso se ofrece al timón, y nos seduce. Dice y hace tontunas, que nos encandilan y sobre todo evocan un tiempo feliz, nos recuerdan el puerto mítico que dejamos atrás y al que queremos retornar. Trump, Johnson, Ayuso, parecen salidos de un circo pero se meten al bolsillo incluso a los que van de ciudadanos, el título histórico más noble adquirido por el ser humano en sociedad y ahora también en venta en el mercado. Un disfraz más del carnaval perpetuo. Dejamos de ser esclavos, súbditos, ciudadanos y ahora somos espectadores. A ver que aparece cuando levanten el telón.