Crónicas de agosto, 5

El vaivén de las mareas de agosto nos trae los pecios del naufragio de la actualidad. Vaya frasecita, como de Rubén Darío. En fin, lo que no quiere decir que no haya algo de cierto en ella. En el periodismo que se hacía, digamos, un cuarto de siglo atrás, la nevera designaba un cajón en la mesa del redactor donde esperaban la llegada de estas fechas reportajes que no habían sido publicados y temas que habían perdido actualidad pero que conservaban aún suficiente relumbrón como para ser publicados después de algunos aderezos redaccionales que los convertían en temas intemporales. Los diarios digitales, que se precian de publicar en tiempo real, están plagados de temas intemporales en estas fechas. ¿Y qué hay más intemporal que el imperio español y sus quisicosas?

El debate sobre imperiofobia e imperiofilia data de algunos meses atrás, cuando el libro Imperiofobia y leyenda negra de la historiadora María Elvira Roca Barea, publicado hace ya tres años, fue acogido con excepcional entusiasmo por el público y las instituciones españolas, ambos golpeados en su autoestima por la insolencia del soberanismo catalán. A grandes rasgos, el libro de Roca Barea postula una defensa del imperio español y denuncia la pervivencia de la leyenda negra, inventada y agitada por luteranos y protestantes de la Europa septentrional, cuyos efectos aún hoy están vigentes, por ejemplo, en la prima de riesgo con la que los mercados manejados por herejes  afligen a la economía española. Es sabido que cada vez que un español/español saca pecho se encuentra enfrente con otro español de la cáscara amarga que le da la réplica.  En esta ocasión ha sido el profesor de filosofía, José Luis Villacañas y su libro Imperiofilia y populismo nacional-católico, que ha sembrado una abundante cosecha de réplicas y comentarios a derecha e izquierda, cuyos ecos han llegado a este reseco verano, aquí y allá.

En opinión de este escribidor, resultan de más provecho las enseñanzas de Villacañas que las de Roca Barea porque el país no llegaría muy lejos con el armatoste del imperio a hombros y el argumento de que la leyenda negra y Lutero están el origen de la prima de riesgo (cosa, que por lo demás, que ya dejó sentada Max Weber en su apreciación de que la ética protestante está en el origen del capitalismo). Si don Borrell y su España global están echando el bofe en el esfuerzo de convencer al mundo de que el prusés fue una fake, o como se diga, imaginen el esfuerzo que habría que hacer para convencer al presidente don López Obrador de que los nativos mexicanos vivían incomparablemente mejor bajo Felipe II que bajo su mandato.

Entretanto, los catalanes, que están detrás de esta tormenta de ideas, no cesan en su empeño y no solo quieren independizarse, sino que además pretenden arrebatarnos el imperio. ¿Pues no dicen que Cervantes y Colón eran catalanes? Uno de los propagadores de esta versión de la historia es hoy conseller del gobierno de don Torra. Entre nosotros, no hay debate histórico que no derive en clave nacionalista y que no termine en el ridículo. Quizá por eso los investigadores de la historia española de mayor prestigio son todos anglosajones; debe ser otra consecuencia de la leyenda negra.