La extrema derecha voxiana llega a la política con el temario sabido, la lección bien estudiada y la impedimenta de campaña en perfecto estado de revista: corrupción urbanística, fraude documental, brutalismo discursivo y experiencia acreditada en el funcionamiento de la red institucional de mamandurrias. Corrigiendo al alza el famoso apotegma de lord Acton –el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente– los voxianos ya vienen corrompidos de cuna. En la medida que se tienen por una raza superior están adaptados al ecosistema de un modo insuperable para sus congéneres, incluida la mayoría de sus votantes. Franco inició su guerra civil sin más emolumentos que su nómina de general del ejército y la terminó con cuatrocientos millones de euros en la cuenta. La lógica es irrebatible: ¿quién va a cargarse a la mitad de sus compatriotas gratis? Los voxianos quieren volver a este punto de partida. Pero no es fácil en este tiempo declarar antiespañoles a los que no les votan en una democracia consolidada, ejem, como hizo su belicoso ancestro, así que han empezado por ojear y hostigar a las minorías de identidad borrosa a juicio del macizo de la raza –inmigrantes, elegetebeís, etcétera- a la espera de ver cómo se da la cacería y cuántos se ponen del lado de las presas y cuántos del lado de los tiradores.
De momento, los voxianos están sentados en la banda, calentado músculo e influyendo en el juego de sus hermanos mayores, que les deben la poltrona y el sueldo en Andalucía, Madrid, Murcia y en otras plazas y comarcas. La táctica es una versión del palo y la zanahoria; primero les azuzan con epítetos como derechita cobarde y luego les dan el voto porque los negocios son los negocios. El designio inspirador de los voxianos es encapsular en su corral a todas las derechas españolas. Franco lo consiguió. En 1935 había monárquicos, radicales, cedistas, falangistas, agrarios, carlistas, y en 1940 solo había franquistas. De esta matriz salió la actual derecha política española, creada y refundada por don Fraga, el ministro más dinámico de la dictadura. Esta derecha ha asistido a la exhumación de la momia del fundador de su linaje de lejos y con un resentido silencio, como si renegaran de él o se vieran obligados a guardar las apariencias bajo las cámaras de televisión de medio mundo. Este silencio ¿cómplice? solo lo ha roto el jefe voxiano que ha llamado carroñero al presidente del gobierno. El ignaro personaje parece no saber que si el exhumador es un carroñero, la cosa exhumada debe ser una carroña. Es lo que tiene postularse para dirigir un país sin más título que el de becario de doña Esperanza Aguirre. Pero no se desanimen, con menos bagaje han llegado otros más lejos. Si lo consiguió doña Ayuso, nada es imposible.