Vivimos tiempos mareantes en los que la identidad y la propiedad de la marca constituyen preocupaciones prioritarias. Así que era inevitable que nos hiciéramos la pregunta que nos ocupa estos días: ¿de quién son los hijos?, esos seres pequeñitos, cuya crianza exige costosos dispendios y que ahora llegan al mundo de cualquier forma, por parto natural en una bañera, in vitro, por adopción, por gestación subrogada, y un día no muy lejano por clonación, etcétera. La ministra de educación afirma: los hijos no pertenecen a los padres. Es obvio, los padres no pueden ejercer sobre sus hijos el dominio que ejercen sobre cualquier otro elemento de su patrimonio. No pueden ni siquiera darles un coscorrón sin que intervengan los servicios sociales del estado.

Este estatus de la infancia se consideraba hasta ahora una conquista de las sociedades democráticas avanzadas, pero estamos en fase de regresión y la derecha trifásica ha encontrado en este asunto un motivo, otro más, de bronca y el botarate don Casado ha entrado en el debate: mis hijos son míos y no del estado, saquen sus manos de nuestras familias. Don Casado es el heredero en el negocio de aquel don Aznar que pedía al estado que sacara sus manos del código de circulación porque nadie tenía que decirle con qué grado de alcohol en vena podía conducir un vehículo. Don Aznar hizo esta afirmación en una sesión vinosa en la que fue agasajado por viticultores. Es el utilitarismo liberal: hacer o decir algo a cambio de algo. Pero en el caso de la propiedad de los hijos estamos en una fase anterior al liberalismo.

Los voxianos, que son lo que llevan el timón del trirreme en el que navega la derecha, han descubierto que, pese a todas las revoluciones y cambios que ha atravesado la humanidad, llevamos un primate dentro, que puede ser agitado con provecho político. Los primates son fascinantes porque representan lo humano en estado de naturaleza. Su lenguaje de gruñidos y gestos ejerce una atracción irresistible, que puede constatarse  en cualquier visita al zoológico, porque el público cree descubrir en estos seres una verdad prístina: ¿cómo que los hijos no pertenecen a los padres? El proceso de demolición del contrato social llevado a cabo por el neoliberalismo nos ha dejado en manos del primate que nos habita y al que vox da voz. Los voxianos y don Casado fingen ignorar, sin embargo, una fase intermedia de la evolución humana –entre King Kong y Galileo, digamos- que es el pensamiento mágico, y ahí encuentran a un competidor/aliado imbatible.

A los obispos les ha faltado tiempo para entrar en la liza. El portavoz episcopal ha proclamado que los hijos no son propiedad de los padres ni del estado: ¿de quién, pues? Adivínenlo. ¿Acaso no conocen la leyenda del padre Abraham, su hijo Isaac y el ángel? La iglesia católica es una organización humana genéticamente estéril por lo que, si quiere entrar en el negocio del dominio de los hijos, siquiera sea en forma de propiedad de uso o usucapión, ha de hacerlo por poderes y por delegación de los padres y del estado. Hablamos de la médula de la nación: el espacio y el tiempo en que nos convertimos en ciudadanos libres e iguales. La derecha ha iniciado un ataque contra la escuela pública; la iglesia quiere llevar los frutos que puedan sacarse del intento hacia sus centros de enseñanza. Hablamos también de un negocio muy lucrativo, claro.