Vivimos en un mundo unificado por el conflicto. El mapa se cuartea por todas partes y, aunque queremos creer que terminará por recoserse de nuevo, no sabemos a qué precio ni quiénes serán las víctimas. Quizá nosotros mismos. ¿Qué forma adquirirá el patchwork del futuro? El pueblo soberano va de un lado para otro empujado por el fragor de los muros que se desploman y los suelos que se abren bajos los pies: desempleo, inmigración, desahucios, ocupaciones, incendios, inundaciones, drones que sobrevuelan nuestras cabezas, virus que viajan en nuestro flujo sanguíneo, y en lo alto del edificio, donde habitan los que gobiernan este sindiós, una indescifrable fantasmagoría de nubes.

El teatrillo gestual protagonizado por nuestros diputados electos ante el discurso del rey ha sido representación de jardín de infancia comparado con el que han montado en el congreso norteamericano ante el presidente de la república, donde la presidenta de la cámara ha roto ostentosamente la copia del discurso de míster Trump ante las mismas narices de este y algunos congresistas, no solo han abandonado el hemiciclo sino que directamente se han quedado en casa, aunque con la precaución de documentar el gesto con una foto que han subido a las redes sociales, para que quede claro que estaban ahí. Pero, ¿dónde es ahí?

Un rasgo históricamente inédito de la catástrofe que nos envuelve es que los fragmentos de la deflagración están híper documentados por toda clase de artilugios reproductivos de la realidad hasta el punto de hacerla inasible. La tentación de inmortalizarse a uno mismo mediante un selfie en la boca del tigre de Bengala que va a dejarte en los huesos un instante después es irresistible. Lo curioso es que estos documentos gráficos tienen el efecto de fomentar nuestro amor por los tigres y despiertan el apetito de ser devorado por ellos. Míster Trump está al borde de un juicio político por delitos que, de ser ciertos y así lo parecen, merecerían su expulsión del cargo que ocupa, pero con toda probabilidad esto no ocurrirá. Aquí tenemos, pues, dos rasgos del tiempo que nos ha tocado vivir: la proliferación exponencial de los puntos de vista sobre un hecho y la quiebra de la unanimidad de la ley que debería regirlo. Son síntomas que dan un miedo de cojones y explican la deriva autoritaria que sentimos agitarse bajo el suelo. Esto, en Rusia o en China no ocurre, parece decir el mensaje subterráneo.

Entretanto, seguimos asidos a nuestra imagen porque, para decirlo todo, no tenemos otra cosa que nos cerciore de que somos entes reales. O dicho de otro modo, nuestra realidad se contiene en el recuadro de nuestra foto. La consejera de sanidad catalana se ha negado a posar para la foto ritual con sus homólogos autonómicos al término de la reunión habida para coordinar las acciones de respuesta al coronavirus porque, como todo el mundo sabe, ella no pertenece a España. La pregunta sería, el virus ¿tampoco pertenece a Cataluña? Depende del punto de vista. Según la consejera y sus seguidores independentistas, no; según el virus y sus víctimas, sí. Y esta es la moraleja de esta estúpida historia.