Don Iturgaiz ha ganado peso y el cabello ha encanecido. Es una evidencia que el tiempo imprime en los individuos de la especie humana pero que resulta sorprendente cuando el espécimen ha permanecido largo tiempo fuera de la mirada del común, digamos, en un país extranjero, en la cárcel o, como es el caso, en la zona oscura de la constelación político-mediática. Ah, ¿pero aún estoy vivo?, es la pregunta que se hizo el propio interesado. Don Iturgáiz encabezó el pepé vasco en una época sobre la que no caben bromas porque quién ejercía la política en ese lado de la cancha estaba literalmente en la diana de una banda de asesinos. En tales circunstancias se requería valor físico y era comprensible que el amenazado se escorase hacia el extremo de su campo político. Curiosamente, el pepé vasco registró un llamativo giro hacia la templanza apenas desapareció la amenaza terrorista. Otros tiempos y otros líderes, que devolvieron al partido el lugar normalizado que le otorgan los votantes.
La fractura interna entre moderados y extremos, por utilizar la jerga convenida, quedó, sin embargo, latente. Ahí está doña Cayetana para recordárnoslo. El apelativo moderado, no obstante, debe utilizarse con muchas cautelas semánticas cuando nos referimos a la derecha española. Calificar de moderado a don Rajoy, que ejecutó sin pestañear las políticas económicas que han desembocado en la fractura social y territorial que ahora padece el país es más que una licencia poética, es un disparate, sin contar su empeño en ocultar la corrupción institucional del pepé en lo que pudiera. Poner cara de no enterarte de nada y llevar un periódico deportivo en el sobaco no te otorga marbete de moderado. Pero, en fin, esta es la convención bipolar en la que se maneja don Casado, que parece un niño arrojado a un río de aguas turbulentas para que aprenda a nadar y en este trance se ha aferrado a la barriga de don Iturgaiz, que navegaba plácidamente haciéndose el muerto y que en su súbita resurrección ha demostrado que está en plena forma para el desempeño que se espera de él. Su primera arenga contra el fasciocomunismo es una aportación imperecedera a la ciencia política.
Don Casado tiene una sola prioridad, que es devolver al pepé la hegemonía absoluta en la derecha, como en los tiempos aznáridas, y para eso necesita neutralizar a los epifenómenos que han crecido alrededor. Los voxianos son más difíciles de domar porque están encantados en su recién adquirido papel de instructores de tiro al blanco de la derecha, pero los ciudadanos naranjos están en almoneda y doña Arrimadas parece empeñada en vender los activos de la familia por lo que le den antes de retirarse de la política, como su mentor. En el País Vasco (y en esta remota provincia, si vamos a eso), los naranjos no solo no suman nada sino que son un componente potencialmente tóxico en las elecciones porque la lógica de su ideología les hace adversarios de los regímenes forales y ese era un principio programático del partido, aunque, como el marxista Groucho, si no les gusta ese, tienen otros. Los populares vascos, básicamente alaveses, proceden de una robusta tradición histórica en la que el foralismo es sustantivo y que la chavalería naranja, como niños malcriados, ha querido arrasar, sin éxito. Ahora tendrán a don Iturgaiz para pasarles la lección. Por cierto, hablando de líderes en estado zombi, ¿dónde para Rosa Díez?