Ya está aquí. ¿Y qué decir? La historia humana discurre por dos carriles, no siempre paralelos ni simétricos: el que concierne a la sociedad y el de la especie. El primero creemos conocerlo a través de los relatos que nos hacemos a nosotros mismos; el otro lo habitamos en silencio, mordiéndonos los labios para que no se escape un grito de espanto. Los reyes, las batallas, los gobiernos, por horrendos que sean, tienen nombre reconocible y alguna forma de explicación, que nos redime. Pero, ¿qué decir de una entidad que nadie ha visto ni oído, que representamos gráficamente como una patata germinada y a la que hemos puesto el abstruso nombre de Covid-19? ¿De dónde sale, por dónde se mueve, a dónde va, qué se propone? He aquí un acontecimiento que surge de la especie y cuestiona a la sociedad: creencias, habilidades, hábitos, discursos…
Un ministro de sanidad de un país de ochenta millones de habitantes comparece en público para tranquilizar a la población mientras se seca la frente con pañuelos de papel y da señales de nerviosismo y cansancio: él mismo está contagiado. Parece un capítulo de novela de terror pero ha ocurrido en Teherán. Una remota provincia china, millones de habitantes, está sometida a una férrea cuarentena pero el virus se manifiesta a miles de kilómetros de allí, en la Lombardía, en las islas Canarias. Un caso, dos casos, Una muerte, dos, ¿tres? El virus sale de la leyenda (todo lo que ocurre en China tiene rasgos legendarios) y se aparece en el vecindario de casa. La organización mundial de la salud parece el domador de un circo de pulgas al que se le ha escapado el ganado: no es una pandemia pero puede serlo, ahí queda. El repertorio de argumentos es muy corto en estos casos.
Los índices de contagio son muy bajos y el número de víctimas mortales por ahora, insignificante, cualquiera que sea el baremo comparativo que se utilice en relación con otros padecimientos que nos asedian diariamente, pero la tele se ha poblado de tipos con mascarillas sobre un fondo de calles desiertas, aeropuertos inoperantes y transatlánticos varados. Ya hay contables que teclean en sus hojas excel el cálculo de las pérdidas en los balances de situación. Trump ha puesto a su vice –un cargo inoperante en esa administración- al cargo de combatir la epidemia. Tranquiliza saberlo. El facherío europeo ha aprovechado la ocasión para pedir el cierre de fronteras. Se ve una vez más que en peligro de muerte no cambia el carácter; al contrario, genio y figura, etcétera. Los viejos del lugar sugieren retornar a la edad media a través de los cuentos del Decamerón: el dulce fruto de la peste negra, la aurora literaria de nuestra modernidad. Pero, a ver quién lee a Bocaccio en la pantalla del móvil. Mejor morir del coronavirus; así, por lo menos, te afamas en el telediario durante una centésima de segundo, sobre una coreografía de chinos enmascarados.