Descartan la conspiración en el coronavirus, lo que deja sin argumentos a esa señora tan simpática que dice que la epidemia tiene relación con la exhumación de Franco. La ausencia de una conspiración no es tranquilizadora, sin embargo, porque indica que el virus va a su bola y no hay a quién echarle la culpa. Los chinos sin duda no la tienen porque, pobrecitos, se han quedado encerrados en casa y, lo que es más grave para usted y para mí, sin trabajar. En esta parte del planeta somos beneficiarios netos de la laboriosa munificencia asiática; de modo que, a la vista de que al virus no hay quien le tosa, vaya chiste, nuestra atención se dirige a los economistas.
¿Qué hay de lo mío? Hay un tipo que, en sus horas de solitaria cavilación imagina un virus que solo ataca a los ricos riquísimos: tenedores de cuentas en paraísos fiscales, narcotraficantes, banqueros, monarcas españoles y zascandiles del pepé, y de ahí hacia abajo en la escala social hasta llegar a un nivel de renta de dos veces y media el salario mínimo, digamos. El tipo tiene bastante desarrollada la etiología de la epidemia, qué la causa, cómo se difunde, qué efectos tiene, etcétera, pero es un vago que quiere que un virus haga la revolución social. Se dice demócrata pero no soporta la democracia vírica que afecta a todos, en los pulmones y por lo que vamos sabiendo, también en el bolsillo, así que ni se le pasa por la cabeza que él pueda ser víctima porque su pensión, argumenta, no llega al tope donde el virus es contagioso.
Lectura, pues, de las páginas económicas: cierre de fábricas, paralización del transporte, inactividad en los puertos, colapso turístico, desplome de las bolsas, etcétera. Es cosa de poco tiempo que algún funcionario del ministerio del ramo dé una rueda de prensa diaria para explicar la marcha de la oferta y la demanda al unísono con el funcionario de sanidad que con encomiable probidad nos da noticia de los vaivenes epidémicos. Los economistas, como los médicos, se curten en las crisis (al contrario que los abogados, que esperan a que termine todo para empezar con el papeleo) y ya tienen sus propios esquemas funcionales según los cuales la economía puede seguir un itinerario en V, en U o en L. En el primer caso cae en picado y de inmediato remonta de nuevo en vertical; en el segundo también remonta pero después de remolonear un poco, y en el último supuesto cae y se queda en el hoyo. Estoy seguro de que si aprietan las tuercas a los algoritmos encontrarán otros esquemas más complejos y entretenidos en X, W o S. Por ejemplo, pueden introducir en la ecuación la última ocurrencia de don Casado: rebajar los impuestos a la vez que se aumentan los recursos sanitarios públicos. Es seguro que el coronavirus no hará la revolución social pero, quién sabe, quizás sí ayude a lo contrario.
Ya lo decía Hölderlin: “Donde hay peligro surge también la salvación”. Así que, con un poco de suerte, la amenaza del coronavirus podría salvarnos de la barbarie de los Sanfermines en la capital de esta remota provincia subpirenaica, al menos por un año.
Sería memorable ver los toros trotar por la calle Estafeta desierta, libres de la obligación de hacer un «encierro rápido y emocionante».