Crónica de la peste VII

La peste ha cazado a un buen número de políticos, algunos relevantes y otrora muy visibles en la pantalla de plasma. Son jóvenes y seguramente sanos, así que sobrevivirán, y eso les deseamos, pero el síntoma indica que el virus no se anda con remilgos. El efecto es, cómo decirlo, que  la política se ha visto despojada de su carácter de panacea y de entretenimiento nacional, reducida a una caricatura del tipo: tesis) don Torra pide que el gobierno central declare el confinamiento de Cataluña; antítesis) don Sánchez dice que el virus no entiende de fronteras; síntesis)  don Albiol replica a don Sánchez que si el virus no entiende de fronteras por qué ha cerrado las de España; estrambote) don Torra concluye, me importan un rábano las fronteras y las banderas. Y eso es lo que queda de los buenos tiempos de la política. El virus ha cortado en seco la logorrea habitual de sus actores. En la plaza desierta don Casado mira estupefacto a su alrededor: ¿dónde están los nuestros?

Todo el mundo está a lo suyo. Los autónomos protestan de que el gobierno les ha dejado tirados. También las empleadas del servicio doméstico. De cada rincón brota un lamento y el vecindario intenta sonreír por skype. El rey se dirige hoy a sus súbditos. Podemos adelantar el sentido de su mensaje: os entiendo, estáis preocupados, yo también, vosotros y yo sabemos que la salud y los negocios de la familia son lo primero, es la razón por la que he tardado tanto en dirigirme a vosotros, ya sé que me consideráis como vuestro padre pero estaba liado con unos problemas en casa con mi padre de verdad, que es el abuelo de mis hijas, como los que mueren en las residencias geriátricas, ¿eh? no sé qué he querido decir con eso, yo como vosotros también soy un autónomo, y tengo servicio doméstico, no podéis imaginar cuánto, así que os entiendo, todo irá bien y saldremos de esta, con suerte, adiós y hasta nochebuena, con suerte. No repitas tantas veces con suerte, ordena una voz de fuera de cámara, te hace parecer inseguro.

El tópico del momento manda arrinconar la política, tal como se entiende a nuestra soberana manera, como improvisación, barullo, postureo y pillaje. El buen pueblo exige altura de miras y eficacia, a lo que no estamos acostumbrados y ocasiona una sensación adicional de vértigo. La corriente de los hechos nos lleva al repliegue, vale decir, al centralismo y al autoritarismo, que por ahora están asumidos con la libertad que concede la amenaza de la peste. El gobierno central obtiene poderes excepcionales, el ejército sale a la calle, el parlamento se vacía, las elecciones se posponen, las fronteras se cierran. Todo eso es política.