Crónicas de la peste XX
Cuando esto acabe… Este latiguillo culebrea en el subtexto de todo lo que se dice y se hace estos días. Encierra un anhelo y una esperanza de que seremos mejores de lo que fuimos pero nadie predice cómo. Hay razones para el escepticismo. De momento, podemos aventurar que los primeros efectos después de la peste serán la euforia y el ajuste de cuentas. Lo hemos visto en otros momentos postbélicos. La euforia tiene una consistencia más gaseosa y durará unos días, unas semanas quizá, dependiendo de lo que se prolongue la crisis y lo escalonado que sea su final; por ahora, constituye la esperanza más viva de la población: abrazar a los familiares, emborracharse con los amigos, follar con los y las amantes. En cuanto al ajuste de cuentas, ya se está preparando.
El estado mayor del pepé está en una tesitura muy difícil y para nada envidiable. La peste ha hecho demasiado visible el valor de la sanidad pública, la igualdad de la ciudadanía ante la amenaza común y el esfuerzo material, lindante con el heroísmo, de sectores de trabajadores de todas clases. El virus como metáfora de la revolución es una visión inquietante. Algunos gestos instintivos, como la incívica huida de don Aznar y doña Botella para ponerse a cubierto a riesgo de extender la peste, no ayudan a mejorar la imagen del partido, que ha dejado la conducción de la batalla en manos de subalternos como doña Ayuso, que anuncia aviones con aprovisionamientos que no llegan y pide donaciones particulares a cambio de ventajas fiscales (es decir, que pagaremos todos). Ahora mismo, el agente más eficaz de la derecha es el cacique bueno de Inditex, un particular también beneficiario de ventajas fiscales, convertido en el emblema de la eficiencia frente al gobierno. Porque la eficiencia, que nadie sabe cómo se evalúa en estas circunstancias, se ha convertido en el tópico central del ajuste de cuentas.
Es bastante probable que, de haber estado en el gobierno, don Casado hubiera optado por una respuesta a la peste análoga a la de Boris Johnson al principio de la crisis y a las de Trump y Bolsonaro hasta ahora mismo. Pero en su situación no puede oponerse a las medidas del gobierno y no puede tampoco parecer que está de acuerdo con ellas. El margen para un discurso coherente es muy estrecho, así que ha ido por la tangente y ha optado por denunciar la presunta ineficiencia de don Sánchez en las medidas que adopta, por tempranas o por tardías, por estrictas o por permisivas, por esto o por lo otro. En resumen, el gobierno es el responsable de cada muerto; de los que sobreviven el responsable es don Casado.
Este cacareo inane no debería ocultarnos la profundidad de los sentimientos que cultiva la derecha y de sus posibles consecuencias. Un artículo de opinión de don Zarzalejos, una de las cabezas mejor amuebladas de la galaxia aznárida, nos ayuda a conocerlos mejor. El autor es un analista agudo, dueño de una pluma firme y clara, que suele mostrarse ecuánime con los hechos pero que en esta ocasión no puede ocultar la cólera que le invade. El objetivo de su diatriba es la ministra de igualdad y la manifestación feminista del ocho de marzo como paradigma del caos tiznado de mala fe en el que, en su opinión, chapotea el gobierno. No vale la pena replicar a esta opinión, como se ha intentado, para poner en evidencia las flaquezas de su argumentación porque su valor reside en el carácter de bala trazadora para identificar las presuntas fortalezas del gobierno que han de ser abatidas: la actual cohesión de pesoe y unidaspodemos; el feminismo como movimiento de fondo de la izquierda y, por último, circunstancialmente, el apoyo que el ejecutivo recibe del ámbito científico cuyo portavoz es don Fernando Simón, al que el articulista pone como chupa de dómine. El objetivo ya está marcado; ahora, a ver quién dirige la ofensiva con el general en jefe haciendo abdominales en Marbella. Y como todo ejército tiene algún soldado chusco, ahí está doña Rosa Díez adelantándose al toque de carga y clamando por un golpe de estado.