Crónicas de la peste XXI

El dedo de los sabios apunta a los murciélagos como origen de la peste, en esta ocasión transmitida a través de un animalito inverosímil, que hemos conocido estos días, y al que llaman pangolín. Esta teoría está destinada a convertirse en una leyenda porque, por ahora y durante bastante tiempo, la humanidad va a estar más preocupada de sí misma y de sus cuitas que de los pangolines y, cuando esto haya pasado, estaremos a lo siempre, como siempre, en un mundo donde los pangolines no existen y a los murciélagos no se les ve porque vuelan de noche. Pero, sea una teoría probada o una leyenda, sigamos el hilo del relato.

El caladero del contagio habría sido un mercadillo popular de China donde estos animalitos silvestres son de consumo humano, ya sea para alimentación o para cocinar medicamentos caseros. El día que alguien apunte a los berberechos y a los percebes habremos de inquietarnos, pero por ahora no es el caso. Volvamos a China. La facilidad del contagio en estos mercados radica –y aquí llegamos al núcleo de la cuestión- en que los animalitos cautivos en jaulas de caña, capachos de juncos y sacos de lona, listos para convertirse en mercancía, están estresados y el estrés rebaja su capacidad inmune. ¡Como a nosotros!

Desde hace más de una década, España y otros países europeos meridionales están atrapados en la jaula de hierro (Max Weber dixit) que mantiene a sus poblaciones en un perpetuo estrés. El tratamiento para hacernos aptos para el mercado nos ha vuelto débiles, desconfiados, resentidos, después de la euforia inducida en los años noventa. Hemos salido de la crisis financiera con el país devaluado, la deuda nacional intacta (100% del pib), un nivel de desempleo crónico, la sanidad pública destartalada y el mismo y fracasado modelo productivo a base de cemento y turistas, que desarrollamos antes de la crisis. Como consecuencia, el sistema político ha crujido, las instituciones están desacreditadas  y la clase política empeñada en una gatomaquia doméstica y absurda. Estado de estrés. Pero veamos en qué momento una hipótesis biológica se convierte en un arsenal de munición política.

Según la doctrina vigente, el mal de los murciélagos nos llega a través de la ruta de la seda, de China a Italia y de ahí se expande a toda Europa. China ayuda los europeos meridionales con material sanitario a la vez que la liga hanseática se niega, instintivamente, a exportar equipamiento a sus socios del sur; luego, claro está, corrige esta decisión, aunque no deja de rezongar por lo bajinis para mostrar su verdadero carácter en el siguiente asunto de los coronabonos. No hay que ser una geoestratega de campanillas para advertir dónde están las fisuras y  dónde los flujos en esta situación cambiante. Este país va a necesitar, entre otros recursos, pensar en su realidad y la de su entorno. ¿Qué tal si, para empezar, pensamos en una hipótesis alternativa al origen de la peste?