Crónicas de la peste XXIV

La patochada de un juez del tribunal supremo ha despertado un recuerdo cinematográfico, una imagen de apenas unos segundos en Un hombre de suerte, película inglesa de la hornada de los jóvenes airados a principios de los setenta, en la que un joven viajante de comercio emprende su carrera profesional cargado de ánimo, inocencia y ambición, y en sus itinerarios por el país para vender el género que representa es víctima de toda clase de vilezas por parte de los poderes establecidos en una sociedad corrompida como la que conocemos por el telediario pero que medio siglo atrás parecía una fantasía delirante. En un lance de la película, el protagonista comparece ante un juez togado y empelucado, que antes de dictar sentencia de culpabilidad contra el joven decreta un breve descanso en la vista, abandona la sala y se retira a un despacho adjunto, se despoja de la solemne toga, bajo la cual no viste más que unas bragas rojas y unas medias con ligueros, se tiende sobre una mesa en decúbito prono y deja que su asistente le flagele las nalgas con una fusta.

La imagen del vicio secreto de este juez ha permanecido medio siglo enterrada en alguna celdilla ignota de la memoria del viejo que vio aquella película para eclosionar ahora cuando ha leído que un tal don Salas, magistrado de la sala de lo civil del tribunal supremo español, ha publicado en su cuenta de tuiter: ¿alguien va a preguntar al gobierno cómo nació este virus? Lo deben saber, como también lo saben los mandatarios de la UE. Pero quizás no nos lo dicen por “nuestro bien”. No es intrascendente. Cargos públicos, vicios privados. Si el juez inglés se entrega en sus momentos de asueto al vicio inglés, el juez español se solaza con el vicio español de la parleta insidiosa en el  cafelito del casino.

El oficio de un magistrado es la búsqueda de la verdad y la evaluación escrupulosa de las evidencias empíricas que determinarán la inocencia o la culpabilidad en un hecho concreto. Pero se ve que cuando nuestro magistrado se alivia de la carga de la toga, lo que le place es lanzar un escupitajo al albañal de las redes sociales, eso sí, a la manera de Gila. Si el inolvidable humorista proponía descubrir al autor de un crimen soltando a voleo, aquí alguien ha matado a alguien…, a la espera de que el culpable se delatara, el insigne magistrado propone descubrir la verdad del origen de la pandemia sugiriendo que alguien se introduzca en el consejo de ministros y canturree  sin mirar a nadie en particular, aquí alguien oculta algo…, aquí alguien sabe quién ha provocado esta catástrofe… Y a ver qué sale.

El magistrado no solo sugiere que el gobierno conoce un dato capital para la salud pública sino que lo oculta por su propio interés y a despecho del bien común (eso significan las comillas en el malintencionado mensaje). El tuit de un juez en activo no tiene el mismo peso que el de un quídam desocupado. Si el magistrado tuviera algún indicio de lo que insinúa en su mensaje, parece lógico que lo pusiera en conocimiento del fiscal, a menos, claro, que quiera sumarse con un gesto de listillo a la conspiración que denuncia. Él es juez del tribunal supremo y sabe cosas que el vulgo no sabe… tariro, tariro. Este mensajillo tan desenvuelto coincide con la amenaza de la extrema derecha voxiana (a la que no cuesta adscribir al magistrado) de llevar al gobierno ante un juez, que por fuerza ha de ser del supremo. En el curso de la instrucción, el juez tuitero tendrá la ocasión de hacer a los imputados la pregunta que ahora ha asperjado en las redes sociales, de las que el chusco también se siente víctima. ¡Hostia, en manos de quién estamos!