Crónicas de la peste XXIX

Si en esta circunstancia la primera preocupación debe ser conservar la salud, la segunda es no perder la chaveta. No siempre son objetivos concurrentes y a menudo están enfrentados. El confinamiento en la sola compañía de la carraca que llevamos de fábrica en el interior de la caja craneal es una fuente de riesgo porque en ese espacio de nuestro organismo no hay gran cosa de valor: obsesiones, manías, hábitos en bruto, recuerdos inertes y deseos de imposible cumplimiento, todo ello regado con unos jugos que inflaman las fantasmagorías y llevan a la desmesura: la hybris, que según el griego se apodera de quien no escucha a la razón de los dioses. Y qué mejor condición para la sordera que el confinamiento.

La única obsesión de la derecha es cargarse al gobierno y a este fin han llevado a cabo dos operaciones, una propagandística y otra táctica, ambas combinadas. La primera consiste en inyectar en la opinión pública la convicción de que las víctimas mortales no son atribuibles a la peste sino a don Sánchez, de modo que el presidente del gobierno está al albur de las andanzas del virus y, a más difuntos, más cierta su caída y con suerte su encarcelamiento. La muerte es un componente básico en la estrategia de nuestra derecha, no en vano procede de un golpe militar sangriento y de una guerra civil victoriosa. Los muertos, para el bando de don Casado, sirven para poner la bandera a media asta y que el turuta del regimiento toque a oración y, en ocasiones más festivas, para que los ministros de la cuerda se sientan novios de la muerte en la procesión de semana santa. Este año, por culpa del gobierno social-comunista, no hay procesiones, así que tararean el himno desde el balcón.

La segunda operación, asociada a la anterior, ha sido ocupar físicamente la sede del parlamento, saltándose las normas de confinamiento y de distancia personal decretadas para el común de la población. Han debido pensar que el virus se arredrará ante su arrojo y si cae alguno nunca sobra un mártir. La primera oleada de asalto estuvo a cargo de los voxianos pero en el pepé de inmediato se dejaron arrastrar por la iniciativa para no parecer la derechita cobarde. ¿Delito de sedición, quizás? ¿Qué pasaría si la iniciativa de los padres de la patria fuera secundada por las peñas de fútbol, los invitados a una boda o los miembros de un orfeón? Más muertos, seguramente, es decir, más probabilidades de matar políticamente a don Sánchez y a don Iglesias. La ocupación de una posición del enemigo, en este caso el parlamento, responde a una lógica periclitada. La geoestrategia y la concepción espacial de la guerra son antiguallas cuando, como se ve en esta circunstancia, el enemigo es invisible y está dentro de casa, pero ¿quién se resigna a cambiar la épica batalla del Ebro por la silenciosa lucha contra un virus librada en un laboratorio bioquímico? Hay una expresión de prepotencia bélica que amenaza al enemigo con devolverle a la edad de piedra. Aquí ya estamos en camino bajo el fúnebre y funesto liderazgo de don Casado y los voxianos.