Crónicas de la peste LXV

La primavera está al otro lado de la ventana. Este año no nos envolverán sus aromas y sus brisas, ni sentiremos sobre la cabeza el frescor de sus blandas borrascas. Tampoco recorrerá nuestras venas la característica aceleración de la vida. El tiempo no se detiene, claro, no hay más que consultar el reloj de vez en cuando para saberlo, pero tampoco avanza sino que se enrosca sobre sí mismo en una espiral que se parece a los círculos que imaginó Dante. El tiempo enroscado es característico de la estratosfera europea donde toda agitación termina en el punto en que se inició. Europa avanza en círculos hacia su extinción con la parsimonia de un mamut desorientado para el que se ha pasado el tiempo de permanencia en el planeta. Es curioso el destino de este territorio, apenas el rabo del gran continente asiático, que desde la edad moderna ha provocado más guerras internas y externas y creado más cultura y riqueza que todos los pueblos de esta pelota de tierra en la que pasamos los días, y que ahora se ha replegado sobre sí misma y ha puesto al mando a la abuelita, alemana por supuesto, a la que cariñosamente llamamos el ama de casa suaba. Es como una maldición en la que la muerte es el precio que los europeos han de pagar por el largo e insólito periodo de paz del que han disfrutado desde el final de la segunda guerra mundial.

En sus mecanismos íntimos, Europa se rige por la ideología alemana, hegeliana, de la  dialéctica del amo y el esclavo, el norte y el sur, upstairs/downstairs, los caballeros y los siervos, los productores y los mendigos, y cada intento de romper esta dialéctica termina en fracaso porque no es un orden circunstancial sino ontológico. Después de cada reunión en las altas esferas de la unioneuropea, los meridionales vuelven a casa esforzándose por hacernos creer que algo se ha avanzado y que la próxima vez será mejor. Y a esperar.

En esta ocasión, el gobierno español había ideado un buen plan para la salida de la peste, que parecía beneficioso para todos y contaba con el apoyo de los socios meridionales y otros de esta galaxia que se rige por la Oda a la alegría (alemana). El plan consiste en un fondo de 1,5 billones de euros para subvencionar el enorme coste que va a significar la salida del marasmo en el que estamos. Este fondo se financiaría con deuda perpetua dirigida a inversores particulares, avalada por el presupuesto de la unioneuropea, engrosado con impuestos adicionales a las industrias contaminantes para avanzar en la llamada agenda verde. Confieso que me llamó la atención el término deuda perpetua, que estudié en la clase de matemáticas financieras de la remota juventud y que ya creía en desuso. El término significa que la deuda pública emitida con este marbete no tiene plazo de amortización y garantiza al que la suscribe un interés estable y razonable sine die. La deuda perpetua connnota confianza en la institución que la emite y estabilidad en los parámetros económicos, condiciones ambas que están en declive en este tiempo voraz en que los proveedores de mascarillas contra la peste exigen el pago al contado rabioso aunque sea el gobierno de un país reconocido en la onu el que hace la compra. Con los estados nacionales en derribo y los gobiernos en precario ante las dentelladas de los mercados, la deuda perpetua parece una extravagancia. ¿Quién suscribiría deuda de una entidad a la que cualquier día se puede llevar por delante la pala excavadora contratada por un fondo buitre?

La astucia política de la propuesta española radica en que una deuda avalada por la emitiría un mensaje de fuerza y de unión, valga la redundancia, a los agentes financieros exteriores sin costes adicionales para los estados miembros, a la vez que obligaría a reformas fiscales y presupuestarias en la dirección de una mayor equidad en el reparto interno de cargas y beneficios. Pero no es eso lo que quieren nuestros amigos y socios septentrionales sino que los deudores perpetuos seamos nosotros, los pigs de la planta baja, para lo que ya aceptamos modificar con nocturnidad la constitución. En los años noventa se decretó el fin la historia y el advenimiento del reino de Jauja. Los bolsillos se llenaban de dinero conseguido con créditos fáciles y las filosofías blandas del posmodernismo batían palmas. En 2008, la crisis económica puso a la historia de nuevo en marcha, y para que no hubiera equívocos, los dioses se complacieron en obsequiarnos con una peste medieval, así que se acabó el dinero fácil y volvió el tenebroso Hegel y su dialéctica del amo y el esclavo. En esas estamos: en deuda perpetua.